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Por Pastor Efraim Valverde, Sr.
“Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros de la común salud, me ha sido necesario escribiros amonestándoos que contendáis eficazmente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas vs. 3).
Si hace ya más de 19 siglos que el apóstol Judas sintió la imperiosa necesidad de escribir a los santos amonestándoles a defender la fe original, ¿qué nos queda a nosotros decir ahora que estamos viviendo en el tiempo del fin? Si entonces había ya herejías y doctrinas de error, cuánto más ahora después de casi dos milenios. Si aquellos hombres de Dios tuvieron entonces que actuar con firmeza, y aun con dureza, ahora nosotros estamos bajo una obligación sagrada de hacer no solamente lo mismo, sino aun más, pues la operación del error está funcionando hoy a su máxima capacidad por la sencilla razón de que “el diablo sabe que tiene poco tiempo” (Apoc. 12:12). Los días, los años, los siglos han venido de mal en peor.
Una de las verdades que mi Dios me ha encomendado en estos últimos años de mi ministerio que predique fuertemente, es sobre la actuación de los verdaderos ministros de Cristo quienes estamos instruidos para “no tener señorío sobre las heredades del Señor” (1 Pedro 5:3). La operación contraria a esto, por otra parte, es el distintivo de los falsos ministros de que nos hablan los apóstoles (léase Hech. 20:29-30 y 2 Ped. 2:1-3). La idea particular que con lo dicho quiero enfatizar es la siguiente: En el Sistema de Gobierno de Dios en Su Iglesia, el Señor dio y ha dado potestad a Sus verdaderos ministros, NO para enseñorearse sobre Su rebaño sino para defenderlo, teniendo potestad en la Palabra sobre el pecado para reprender y reprobar el error, la mentira, la falsedad, y la apariencia.
Los apóstoles en su tiempo cumplieron fielmente con lo que a ellos les fue encomendado por el Señor, y usaron la potestad recibida de Dios para poner el fundamento de “la fe de los santos” (Efe. 2:20), y para dejarnos a los que habríamos de venir después de ellos el molde para que nosotros, en nuestro debido tiempo cada uno, siguiéremos “conteniendo eficazmente por la fe que ha sido una vez dada a los santos”. Pues el que dio entonces esa potestad a Sus fieles ministros, es también el que ha seguido haciendo lo mismo hasta el día de hoy. Aquellos recibieron potestad para, “poner el molde”. Los que hemos venido después, hemos recibido potestad para, “usar el molde”, y defenderlo “eficazmente”.
El molde, o sea el mensaje, la enseñanza, la doctrina, la Palabra, está esculpida ya en las páginas del Libro Santo. Y ciertamente que son muchos los que directamente de la lectura de sus páginas han recibido la luz y la revelación de las verdades divinas. Pero también ha sido y es la voluntad del Eterno que aun muchos más reciban esa revelación oyendo a los voceros fieles del Señor exponerlas con potestad y firmeza, viviendo a la misma vez las verdades que predicaren.
Por mi parte me siento privilegiado de estar contado por la voluntad del Señor, entre el número de los vasos que en este tiempo Dios ha llamado y ha dado potestad para predicar y enseñar las verdades del Libro Santo. Muchas de estas verdades no son agradables en lo absoluto al oído natural humano, antes por lo contrario provocan aborrecimiento y odio entre los que no aman al Señor. Y no solo entre los incrédulos y los impíos más aun entre muchos que profesan ser creyentes y servidores de Cristo el Señor. Pero precisamente por eso Dios da potestad en la Palabra a los instrumentos que El ha llamado para que digamos las verdades que se tienen que oír, ahora tanto por los que las reciben y se gozan como por los que “rechinan los dientes” cuando las escuchan. Por lo tanto, el verdadero ministerio no es fácil. El ministerio que se mira fácil es el falso. El verdadero ministro de Cristo va a ser, ciertamente, siempre amado en verdad por los seguidores fieles del Señor, pero invariablemente va a ser siempre despreciado, aborrecido, y odiado por el mundo impío, y por el cristianismo falso (léase Mat. 24.9-12).
La potestad de Dios a que me refiero es la genuina; la que viene envuelta en la humillación, la compasión, el dolor y las lágrimas de nuestro amado Maestro. Tiene todas las manifestaciones exteriores, ciertamente, pero el distintivo mayor que hay en esa potestad es que está en ella, “este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:1-5). El ministro e hijo de Dios que está revestido de ella invariablemente camina, “andando y llorando” (Sal. 126:6), “clamando y gimiendo” (Eze. 9:4). No manda, sino que ruega y suplica. No es exhibicionista, sino modesto y sencillo. No reside en el, “la sabiduría…terrena, animal, diabólica”, sino la “que es de lo Alto” (Sant. 3:13-18).
La potestad falsa que encandila a los incautos es muy común y popular. La verdadera siempre ha sido bastante escasa, pero siempre la ha habido y hoy también Dios nos la ha dado a los que reconocemos lo antes dicho, y los que estuviéremos dispuestos a pagar el precio correspondiente. Yo soy un testigo de ello hoy, y haciendo legítimamente uso de la potestad en la Palabra que Dios ha querido darme, declaro una vez más que los mensajes fundamentales de “la fe que ha sido una vez dada a los santos”, son los siguientes:
1.Dios es Uno—no es tres, ni dos—(Deut. 6:4), y Su Nombre, “que es sobre todo nombre” (Fil. 2:9-10) es EL SEÑOR JESÚS. En Su aspecto invisible e infinito como el Espíritu Eterno, la Biblia lo llama, “El Padre”. En Su aspecto corporal y visible, la Escritura lo llama, “El Hijo”. Y en Su operación redentora y de poder para Sus seguidores, el Libro de Dios lo llama, “El Espíritu Santo”. Por tanto el bautismo, que es para perdón de pecados, debe ser invariablemente administrado en el NOMBRE de JESUCRISTO Señor nuestro.
2.Israel es el pueblo original escogido por Dios hasta hoy, y está declarado por el mismo Señor que nuestra salvación (la de los Gentiles), “viene por los Judíos” (Jn. 4:22). El verdadero cristianismo invariablemente ama y bendice a Israel y al Pueblo Judío.
3.La Iglesia del Señor es Una. Es un organismo vivo, no cierta o cual organización político-religiosa donde los “jefes” reclaman monopolio de la salvación. La iglesia verdadera está integrada por todos y cada uno de aquellos que aman y sirven al Señor en “espíritu y en verdad” (Jn. 4:23), y a los cuales Dios ha “marcado y conoce” (2 Tim. 2:19).
“Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, teniendo cuidado de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino de un ánimo pronto; y no como teniendo señorío sobre las heredades del Señor, sino siendo dechados de la grey. Y cuando apareciere el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Pedro. 5:2-4).
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