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Por Pastor Efraím Valverde Sr.
“Estamos viviendo una vida normal”. Esta es la expresión común entre las gentes al referirse a su situación cuando hay salud en los miembros de la familia, y cuando poseen más o menos las cosas necesarias en la vida diaria. Es tan común esta expresión que muchos de los hijos de Dios la usan también con toda naturiladad sin fijarse que en realidad están diciendo algo que no es correcto.
Siendo cristianos sinceros, al considerar el término “normal” en una forma más seria y profunda que por lo regular se acostumbra, tendremos de reconocer que el poseer los beneficios físicos y materiales mencionados no es realmente “normal”, sino un milagro. Y para que sea posible que las bendiciones referidas permanezcan, el milagro tiene que sostenerse en una forma continua.
No se necesita ser una persona de alta educación para entender que las cosas que producen aquí la felicidad humana, son como las bombolas de jabón que de su jabonera lanza al aire un niño. Se miran hermosas flotando cadenciosamente, y a la vez cambiando de bellos colores. Pero de repente, en una fracción de segundo, explotan y se desvanecen en tal forma como si nunca hubieran estado.
No existe humano (desde que es un niño ya consciente de la vida y mientras ésta no se termina), que no haya tenido de vivir en una forma u otra, en un grado mayor o menor, la experiencia de que en un instante se desvanezca ante sus ojos el objeto de su felicidad. Pues no en vano dice la Palabra de Dios que “el hombre nacido de mujer (es) corto de días y harto de sinsabores. Que sale como una flor y es cortado, y huye como la sombra, y no permanece” (Job 14:1-2).
Este razonamiento pudiere parecerle a alguien como cosa simple y sin mayor importancia. Mas la innegable verdad es que se trata de algo serio y de vida para cada hijo de Dios. Pues al usar éste la común expresión referida, a sí mismo se hace daño induciéndose inconscientemente a olvidar que es un continuo milagro el que hace posible los “beneficios” (Sal. 103:2) de una vida “normal”.
En el curso de mi ministerio he visto caer a multitudes de cristianos en esta sutil trampa del diablo. El Señor ha hecho el milagro de darles por largos años felicidad humana en diferentes formas. Mas llegó un tiempo en que acostumbrados a ser participantes de milagro, ya no lo miran como tal. Ahora lo permanente de esas bendiciones lo consideran como algo “normal”. Inclusive se sienten merecidos, como que por derecho está hoy obligado Dios a darles todo lo que pidan. (En este número están por cierto los que hoy enseñan que el cristiano que no está rodeado de bendiciones físicas y materiales, es porque no tiene fe).
En Realidad, ¿Qué es “Lo Normal”?
Los fieles servidores de nuestro Dios a quienes “ha sido concedido por Cristo, no sólo que creáis en El, sino también que padezcáis por El” (Fil. 1:29), entienden perfectamente mi mensaje. Estos, mis hermanos, quienes han vivido o están viviendo hoy situaciones y experiencias que están muy lejos de salir de acuerdo con la idea común de lo “normal”, pueden preguntarle a los “normales”: ¿Qué es en realidad lo “normal”? por mi parte he sido testigo durante todos los años de mi vida “normal”, de acuerdo con la idea general que en nuestros ambientes prevalece.
Una vez mi hijo, E. V. II dio razón de un caso muy particular que le tocó escuchar durante una conferencia bíblica: El predicador fue un ministro de unos 40 años de edad cuyo cuerpo, desde que salió del vientre de su madre, ha sido el de un fenómeno tristemente desfigurado. Su testimonio, y el llamamiento de Dios en él para el ministerio, es algo único y maravillosamente conmovedor.
A este ministerio con cuerpo completamente fuera de lo “normal”, un ministro “normal” le pregunto: “Hermano; ¿te gustaría a ti tener un cuerpo normal?” Respondió el desfigurado con otra pregunta: ¿Qué es a lo que tú llamas “normal”? Y agregó: “Si el tener un cuerpo como el tuyo es lo normal, para luego servir con él al Señor en la forma tibia, frivola y superficial como tú y muchos llamados “normales” lo están hoy haciendo, no envidio tu normalidad. Mas bien pienso que convendría que el Señor les diere un cuerpo “normal” como el mío para que, sabiendo como nos amó El ya a nosotros, le amaran y sirvieran con la misma pasión con que yo lo hago”.
Dice mi hijo que el testimonio y mensaje de este ministro con un cuerpo que no es “normal”, hizo un impacto tremendo en muchos de los “normales” que estuvieron presentes. Inclusive esto sacudió también a algunos cristianos muy distinguidos que habían estado distraídos y aun bostezando durante la mayor parte de aquella conferencia, arrastrados precisamente por la “normalidad” de sus cuerpos. Pues está escrito: “Si él (nuestro Dios) pusiese sobre el hombre Su corazón, y recogiere así Su Espíritu y Su aliento, toda carne perecería juntamente, y el hombre se tornaría en polvo” (Job 34:14-15). “Porque toda carne es como la hierba, y toda la gloria del hombre como la flor de la hierba: Sécose la hierba, la flor se cayó. Mas la Palabra del Señor permanece perpetuamente. Y esa es la Palabra que por el Evangelio os a sido anunciada” (1 Ped. 1:24-25).
Lo que en éstas y otras muchas Escrituras el Señor nos declara, es para que entendemos qué es realmente aquí lo normal en la vida de sus hijos. Que la única verdadera y firme normalidad que El ha establecido, es que haya y permanezca en nuestros corazones un amor intenso y profundo hacia El, y una entrega completa e incondicional a Su voluntad. La vida del Señor, “en los días de su carne” (Heb. 5:7), es la prueba por excelencia y el supremo ejemplo de lo aquí explicado.
Si tú, mi estimado hermano lector, eres de “los entendidos” (Dan. 12:10), vas a aceptar en todo lo que vale el razonamiento que aquí he descrito. Si estás contado entre los que a Dios le ha placido rodear aquí de beneficios y bendiciones materiales y espirituales, que este razonamiento te sirva para que nunca des por hecho lo que tienes. Recuerda siempre que todo depende de un milagro constante de parte del Señor, y cuídate de no caer en la trampa satánica ya antes citada. Pues son muchos los “normales” que han caído, y que siguen cayendo en ella.
Pero si tú en cambio estás contado entre los hijos de Dios a quienes les ha sido “concedido por Cristo, no sólo que creáis en El, sino también que padezcáis por El”, no te quejes, ni te pese: ¡Gloríate! (Rom. 5:3). Porque el haber vivido hasta hoy un camino lleno de dolor y de aflicciones mil, cree (porque lo digo en Nombre del Señor), esto te hace privilegiado. El que muy poco, o nunca hayas podido gozar de esa vida que se le llama, “normal”, aunque parezca locura, conforme el Evangelio esto es realmente lo normal para ti, siendo un verdadero hijo de Dios. “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden. Mas a los que se salvan, es a saber, a nosotros, es potencia de Dios” (1 Cor. 1:18).
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