martes, 4 de mayo de 2010
Soldados del Señor Jesucristo
Soldados del Señor Jesucristo
Por: Pastor E. Valverde Sr.
“Tú, pues, sufre trabajos como fiel soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se embaraza en los negocios de la vida, a fin de agradara Aquel que lo tomó por soldado" (2 Tim. 2:3-4).
Cualquier cristiano despierto está consciente de que los integrantes de la Iglesia verdadera del Señor, estamos en guerra. (Y digo "verdadera", porque está también la falsa). Naturalmente que la "guerra" a que me refiero, es la guerra espiritual que ha existido siempre entre "los (fieles) hijos de Dios, y los hijos del diablo" (1 Juan 3:10). Mas esta guerra, como es de esperarse, desde el preciso momento en que está llegando a su fin, ha arreciado por la sencilla pero tremenda razón de que nuestro mortal enemigo, "el diablo, ha descendido a vosotros, teniendo grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo" (Apoc. 12:12).
Hace ya más de 20 siglos que el apóstol Pablo dirigió a su hijo en la fe, Timoteo, la exhortación siglo de mi caminar en el Señor mucho es lo que he oído decir sobre este texto. Y al igual que como comúnmente se hace entre el cristianismo de apariencia con otras muchas Escrituras, ésta también se ha tomado liviana y superficialmente. Pues inclusive se ha aplicado por lo regular únicamente a aquellos ministros que están dedicando tiempo completo al ministerio. (Por cierto que muchos de estos ministros, me consta, son solamente vividores, que de soldados del Señor no tienen nada en realidad). Tal interpretación es incorrecta. Pues la realidad es que cada uno de los verdaderos hijos de Dios, hombre o mujer, joven o mayor, miembro o ministro en la Iglesia, está llamado por el Señor para ser un soldado de Su ejército. En este ejército, por determinación soberana del "Pastor y Obispo de nuestras almas" (1 Ped. 2:25), absolutamente nadie tiene el mismo lugar. Cada uno hemos sido llamados individualmente, y a cada uno le ha sido asignado por el mismo Señor su propia responsabilidad. Por tanto, es imperativo que cada soldado esté ocupando en este ejército espiritual el lugar que nuestro Supremo Comandante le ha asignado. "Porque de la manera que el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, empero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un cuerpo, así también Cristo” (1 Cor. 12:12). Cuando fuimos llamados, cada uno invariablemente tuvo que haber escuchado (aun entre una misma familia) el llamamiento individual del Señor:
"Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame” (Luc. 9:23). Son muy pocos, entre los que reclaman ser miembros de la Iglesia del Señor y por lo consiguiente soldados de Su ejército, los que están viviendo hoy en verdad esta específica condición. Pues el decirla o
predicarla, es fácil. Mas el vivirla en verdad, es humanamente muy dificultoso. Pero si somos realmente hijos de Dios, somos automáticamente soldados de Su ejército, y la condición aludida aplica en forma literal a cada uno de nosotros. “Y ninguno que milita se embaraza en los negocios de la vida, a fin de agradar a Aquel quien lo tomó por soldado”.
El soldado, no importando tiempo, lugar, condición o posición, no vive para servirse o agradarse a sí mismo, sino a Aquel quien lo tomó por soldado. Seguro que tiene que vivir su vida natural y usar de las cosas materiales necesarias aquí, pero no debe poner su corazón en éstas. Su "primer amor” (Apoc. 2:4) debe ser siempre, y en todo y por todo, Aquel quien lo tomó por soldado, para obedecerle incondicionalmente. De no ser así, está perdiendo miserablemente su tiempo. Y al no reconocer esto aquí, le espera al final una decepción muy desagradable. Pues Aquel quien lo ha dicho, lo ha dicho en serio. Los muchos que crean que pueden jugar con Dios y no toman hoy esta condición en serio, están jugando con lumbre. Mas gracias al Señor por esa "manada pequeña” (Luc. 12:32). Gracias a Dios por los 300 soldados fieles de Gedeón (Jue. 7:6). Pues ciertamente los verdaderos soldados del ejército del Señor no son una grande multitud, son poquitos. Y mi corazón se ha regocijado siempre al conocer a algunos de ellos, cerca y lejos, y mirarlos pelear "la buena batalla”, como sabe el Señor que por mi parte también lo he hecho ya por una vida (2 Tim. 4:7). No la batalla de ese simple “dichito”, como por lo regular se usa entre los "santos (soldados) vencidos” (Apoc. 13:7), sino la guerra de vida o muerte que, en estos días que son los últimos, hemos sido llamados por nuestro Dios a pelear contra la "grande ira” del diablo. Pues hablando de los soldados de Su ejército el Señor Jesús dijo: "...y sobre esta Piedra (refiriéndose a El mismo) edificaré Mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mat. 16:18). En muchas ocasiones anteriores ya he explicado que lo que el Señor aquí declara es que Su Iglesia-Su ejército espiritual en la Tierra tendría de atacar en tal forma las puertas del infierno al grado que éstas no podrían resistir los ataques de ella. "Las puertas", sabemos, no pueden atacar a nadie; la parte que desempeñan es el no dejar entrar o salir a nadie de cierto encierro. Ante nuestra vista están hoy las inmensas multitudes de miserables, encerrados en las infernales prisiones de la depravación sexual, del alcohol, de las drogas, de la violencia, y de todos los demás tipos de operaciones de demonios. "Las puertas del infierno" los tienen allí prisioneros, y no pueden salir. Los soldados del "Ejército del Dios Viviente", Su Iglesia, somos los únicos que tenemos las armas, las facultades y los poderes espirituales para pelear contra el infierno, y libertar a aquellos que claman por ser rescatados. Pero lo más desesperante es mirar que entre esas multitudes de prisioneros se encuentran hoy un gran número de los miembros de nuestras propias familias. Inclusive entre estos prisioneros del diablo se encuentran muchos profesantes cristianos, y entre estos aun muchos que se llaman ministros de Dios y enseñadores de Su Palabra. Pues las prisiones aludidas son tanto las de tipo moral, como las de tipo espiritual. Y el vivir llenos de soberbia, y enseñando "doctrinas de demonios" (1 Tim. 4:1), es por cierto una de las puertas del infierno más difíciles de quebrar. Pues éstas, "teniendo apariencia de piedad" (2 Tim.3:5), hacen creer que están libres no nomás a los miserables que están allí presos, mas aun a los que siendo llamados para ser soldados pero que están dormidos. El apóstol Pablo por el Espíritu Santo, nos señala con toda claridad que "no tenemos lucha contra carne ni sangre". Nos da razón a la vez de la existencia y operación de nuestro mortal enemigo. Pero inclusive nos describe con todo detalle por otra parte en que consiste "la armadura de Dios" (Efe. 6:18). Los que hemos sido llamados para ser en estos días difíciles soldados del Ejército del Dios Viviente, tenemos invariablemente que haber aceptado en primer lugar, y en una forma incondicional, el reto del Señor para negarnos a nosotros mismos. Tenemos también invariablemente que estar vestidos "de todo la armadura de Dios" para poder quebrar las puertas del infierno, y cumplir aquí con nuestra sagrada misión. De no ser así, repito, estaríamos perdiendo miserablemente el tiempo en la misma manera como lo están haciendo hoy a nuestro derredor un grande número de profesantes cristianos. Cristianos y ministros quienes viven solamente "jugando a las iglesitas". El diablo sabe quienes son los que nomás aparentan y a estos no les tiene miedo. A muchos de ellos, aun presos, los aflige. En cambio a otros los deja "ser prosperados y bendecidos" con tal de que sigan presos, y aun le ayuden para aprisionar a otros más. Y esto más particularmente a los que pueden ser usados por Satanás haciendo pirámides, adorando así "la imagen de la bestia", y marcando con la marca del odio cristianos incautos que se dejaren engañar. Satanás conoce también quienes son los soldados verdaderos que pueden hacerle guerra y derrotarlo, quitándole sus cautivos. A estos me consta que el diablo les tiene miedo. En 1972 mi Dios puso a Satanás bajo mis pies y me lo entregó para que me dijera que él le "tiene miedo a un hombre que tiene amor y hace justicia". (Esto concuerda exactamente con lo que la Escritura dice en 1 Juan 3:10). A estos fieles hijos de Dios el diablo los odia con toda su furia, y está hoy atacándolos con todas las armas infernales a su alcance así como lo ha hecho ya por una vida también conmigo. Mas esto es precisamente una confirmación de que la mano de Dios está con nosotros, y de que hemos estado quebrando las puertas del infierno.
Los fieles y obedientes soldados de Jesucristo el Señor, que esto leyeren, por el Espíritu Santo van a sentir una vez más el testimonio de que lo escrito aquí es de parte de nuestro Dios. Pues estos, mis hermanos y compañeros en esta milicia, han entendido que el tiempo se nos está acabando. Que es imperativo y nos "conviene obrar las obras (del que nos llamó), entre tanto que el día dura. La noche viene cuando nadie puede obrar" (Juan 9:4). Ya lo digo antes: hombres y mujeres, jóvenes y mayores, como verdaderos cristianos debemos estar dispuestos a sufrir trabajos como fieles soldados de Jesucristo el Señor.
Nuestro amor, fuerzas, tiempo, dinero, posesiones, nuestras mismas familias y aun nuestra misma vida, debemos de estar dispuestos a ponerlas incondicionalmente al servicio del Señor. Pues todo esto implica el negarnos a nosotros mismos. El soldado, recordemos, vive para obedecer las órdenes que se le dieren de parte del ejército a que pertenece. Y en nuestro caso el que nos ordena por Su Palabra es el Todopoderoso Dios, y el desobedecerlo acarrea consecuencias fatales eternas. Compañero soldado, piensa seriamente en lo aquí dicho. Si eres de los que están hoy peleando "legitimamente", doy muchas gracias a nuestro Señor Jesucristo por tu compañerismo, y mi oración ante El es que te ayude para que perseveres hasta el fin y seas también "coronado" (2 Tim. 2:5). Si tu parte fuere la contraria, te invito para que razones, y así, mientras transitamos aquí en el camino, unas en comunión tus manos con tus compañeros. Tu sabes que la guerra contra el infierno está fuerte, y que "el Pastor y Obispo de nuestras almas" nos ha ordenado a sus soldados que nos amemos unos a otros (Juan 13:34).
Ciertamente que son muchos los soldados de este ejército que creen que este mandamiento no es de mayor importancia. Muchos son ya los que han sido vencidos por el enemigo, precisamente por esta razón. Otros muchos están hoy expuestos al mismo peligro por la misma razón. Pues la suprema realidad es que la Iglesia del Señor-Su ejército Espiritual-es solamente Una, así como El también es Uno. No una organización político-religiosa, como multitudes han creído ya por muchos siglos y hasta este día. Se trata en cambio del conjunto universal de todos los que amamos a Jesucristo nuestro Salvador y Dios con todas las fuerzas de nuestro ser. (1 Cor. 16:22). De los que a pesar de todas las diferencias que hubiere bendice ante Dios a su hermano, y no lo maldice. (Rom. 12:14).
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un saludo afectuoso desde El Salvador Centroamerica, desde mi blog
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