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martes, 4 de mayo de 2010

Conociendo a Nuestro Enemigo


Conociendo a Nuestro Enemigo – por Pastor E. Valverde, Sr.

En cierta ocasión, visitando una pequeña congregación en uno de mis viajes, mencione algo referente a nuestro enemigo: el diablo. Al estar diciendo esto, me llamó la atención el hecho de que dos señoras que estaban sentadas cerca de donde estaba mi esposa, se levantaron y se salieron. No le di mayor importancia a aquella interrupción, y continúe con mi predica.
Después de todo, estando ya solos, mi esposa me dijo: “Te fijaste en las dos hermanas que se salieron del culto en el momento que estabas refiriéndote al diablo? Pues la hermana que estaba sentada junto a mi (que era por cierto de otra congregación), me dijo que se salieron porque en esta iglesia el pastor los tiene ensenados a que no deben nunca, en lo absoluto, mencionar al diablo”.
Antes y después, allí y, en otros lugares, he escuchado a los que sostienen esta misma interpretación absurda, que es por cierto, originada en el mismo averno. Pues la innegable realidad es que para conocer y servir a nuestro Dios como El demanda en Su Santa Palabra, nos es indispensable e imperativo, el conocer también a nuestro enemigo. Pues, como podríamos pelear efectivamente contra un enemigo que no conocemos y, que por tanto, no sabemos c6mo nos ha de atacar?
Con el intento de reprobar la interpretaci6n absurda aludida, y para ayudar a los cristianos que apreciaren la instrucci6n, he escrito este libro. Como todo lo que he escrito, sobre diferentes temas, pido una vez más a mi Señor Jesús que este breve estudio
Pueda ser de ayuda a algunos de los hijos de Dios, para que conociendo más a fondo a nuestro enemigo puedan defenderse mejor de él.
Y aún más, no solamente defenderse, sino también atacarlo más efectivamente, y derrotarlo usando las armas poderosas que Dios ha dado a Su ejército, que es Su Iglesia. Estas son: Su Nombre, Su Espíritu, Su Sangre, Su Palabra.
El Autor

CONOCIENDO A NUESTRO ENEMIGO

En uno de mis múltiples viajes en años anteriores, acompañado de mi esposa, estando en un culto durante el día, allí en una casita de oración en un ejido; entre las cosas que hable, hice mención de nuestro enemigo: el diablo. Note que dos mujeres que estaban sentadas a mano izquierda de mi compañera se levantaron y salieron. Al final de todo, cuando ya estábamos solos, me dijo mi esposa: “Sabes porque se salieron aquellas dos hermanas que estaban a mi lado? La hermana que estaba a mi derecha me dijo que a ellas les han ensenado que los cristianos no debemos mencionar nunca al diablo, y mucho menos el ministro en el pulpito”.
Hace ya bastantes años de esto, pero el incidente lo he recordado y mencionado muchas veces cuando se ha tratado de reprobar expresiones y acciones similares. Así que estoy entendido que existe la posibilidad de que algunos de los lectores, al mirar el título de este Libro, tenga de reaccionar en forma negativa pensando que no tiene caso de que se ocupe espacio en este escrito para hablar del diablo.
Más precisamente esa reacción y manera de pensar, que me consta que prevalece entre el pueblo que profesa conocer al Señor Jesús como nuestro Salvador y Dios, es la que me mueve en esta ocasión para escribir sobre este tema. Advierto que estoy también consciente del otro extremo de esta operación, o sea la obsesión de muchos de nuestros hermanos de estar constantemente y en toda ocasión mencionando al diablo para cualquier cosa o clase de problemas. Ambas actuaciones están mal ciertamente, porque las dos están en los extremos, más nuestra atención en esta ocasión la estamos enfocando en lo primero, o sea la idea errónea de tratar de ignorar o aun de negar completamente la realidad de nuestro enemigo.
El tema es amplio, importante y necesario. Es mucho lo que sobre ello pudiéremos explicar, tratare sin embargo en forma concisa de mencionar Escrituras, detalles y experiencias que se le pueden servir a mi hermano(a) que tiene su mente abierta para recibir y para aprender. Las pobrecitas hermanitas que me descalificaron a mí por causa de que mencione al diablo, tendrán que descalificar también a los apóstoles, y aun al mismo Señor. Pues son múltiples las ocasiones, e imposible de citarlas todas aquí, en que las Sagradas Escrituras se refieren a ese personaje que se le llama Diablo, Lucifer, Satanás, Serpiente Antigua, Engañador, etc., que es el ser espiritual que representa la parte negativa y contraria de todo lo que es bueno, de todo lo que es de Dios.
Este personaje es tan real y tan audaz que, según el relato de los evangelios (Mt. 4:1-10), tuvo el atrevimiento de tentar al mismo Señor Jesús estando
El “en los días de su carne” (He. 5:7). Es el personaje que la Biblia señala como “el tentador” (1 Ts. 3:5), y también como “el acusador de nuestros hermanos” (Ap. 12:10). El mismo Señor hace referencia de este personaje llamándolo: “el príncipe de este mundo” (Jn. 12:31, 14:30 y 16:11). Y San Pablo, por el Espíritu Santo, lo llama: “el dios de este siglo” (2 Co. 4:4). Creo, por tanto, que las pruebas Escriturales aquí citadas pueden ser más que suficientes para que cualquier cristiano sensato reconozca la realidad de nuestro enemigo, y. el poder que nuestro Dios en Su voluntad soberana y misteriosa, le ha placido conferirle. , Preci¬samente el -ignorar y no entender lo antes señalado ha sido siempre, y pasta el día de hoy, una de las operaciones más sagaces de Satanás en la mente del humano, haciéndole pensar a este que “el diablo no existe”, o que si existe, “es solamente en la imaginación”. El hecho de que el diablo exista no debe de ser ningún secreto para los que conocemos la Palabra de Dios.
Pues en ella se nos habla de “el dios de este siglo”, quien es a su vez el que “ceg6 Los entendimien¬tos de Los incrédulos para que no les resplandezca la lumbre del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Co. 4:4). Mas lo irónico aquí, y que es precisamente la razón principal que me mueve para escribir lo presente, es que la ‘misma operación del diablo que obra en “los incrédulos” es la que comúnmente opera en los creyentes para que estos sean también “cegados”. Desde el momento en que esta clase de cristianos incautos niegan, o sencillamente tratan de ignorar o de disimular la realidad y el poder satánico de nuestro enemigo, este los engaña vilmente. Pues sencillamente con el hecho de pensar en tal forma, el diablo ya los ha hecho que caigan en una de sus más sutiles trampas sin que ellos se den cuenta.
La verdad es que nuestro enemigo, humanamente hablando, es definitivamente mucho más po¬deroso que nosotros. Pues él es espíritu, y nosotros (aunque “ahora somos hijos de Dios”) vivimos todavía sujetos al cuerpo de materia y, por lo tanto, estamos aquí en proporción desventajosa con relación a nuestro adversarlo. De nuestras propias fuerzas jamás seriamos capaces de librarnos, y mucho menos vencer a nuestro mortal enemigo. Mas el que nos Libra y nos da la victoria es el Señor. Porque: “el que en nosotros esta, es mayor que el que está en el mundo” (I Juan 4:4), y Su voluntad es que “no seamos engañados de Satanás, pues no ignoramos sus maquinaciones” (2 Co. 2-11).
El no ignorar las maquinaciones de Satanás, es precisamente la idea central de este tema. Un tema que no tiene nada, de agradable ciertamente, pero que si “lo ignoramos” perdemos la batalla. Los que hemos vivido experiencias sobrenaturales en nuestra guerra contra el diablo y los demonios, no tenemos necesidad de muchas explicaciones. Cada uno de mis hermanos que han vivido esto, saben que a. pesar de que tales experiencias son completamente indeseables, tienen una ventaja. Esta ventaja consiste en que conociendo “personalmente” al diablo, nunca podrá este cegar, los entendimientos para que pensemos… que 61 ,no existe, o que tratemos de ignorarlo.

EL PELIGRO AL IGNORAR A NUESTRO ENEMIGO

En cambio los cristianos que no han tenido -la experiencia aludida, es lógico entender que están propensos a caer en la trampa satánica ya mencionada. Pero en todo caso, habiendo por mi parte vivido en forma intensa muchas experiencias en el aspecto indeseable descrito, puedo hoy declarar con toda certeza que las operaciones más peligrosas de Satanás no son las que este, hace en el realmo de lo sobrenatural, sino en el curso de lo que nosotros llamamos “lo normal”.
Cuando opera en lo sobrenatural, es fácil entonces para cualquiera el reconocerlo e identificarlo. Pero cuando su operación es en el -realmo común de lo natural, no es nada fácil el descubrirlo porque su operación es precisamente-”cegando los entendimientos”. Trabaja en la mente torciendo los razo¬namientos hacia el lado negativo, haciendo creer, al cristiano a la vez, que lo que están pensando o diciendo es de sí mismo. La prueba de lo dicho la tenemos muy clara en la ocasión cuando San Pedro sin entender, ni pensar, ni creer que su mente estaba siendo ma¬nipulada por Satanás, según é1, reprendió con mucha compasión al Señor diciéndole que no fuera a Jerusalem a sufrir (Mt. 16:22), y conste que esto le paso a Pedro solamente un poquito de tiempo después de que el Señor le había dicho que era “biena¬venturado” (ver. 17). Tanto este relato como las otras Escrituras citadas, juntamente con las demás en el Libro Santo que comprueban también lo mismo, deben de servirnos a todos los hijos de Dios para que estemos y permanezcamos despiertos. Pero más a nuestros hermanos, y particularmente a algunos de nuestros compañeros en el ministerio quienes están creyendo y aun ensenando, con mucha sinceridad ciertamente, la idea increíblemente absurda de que el diablo no sabe lo que pensamos.
Esta idea es ensenada muy enfáticamente en libros que, al entender su fondo y orígenes, he recomendado a mis hermanos que no los lean. La he oído también en otros ambientes religiosos fuera de nuestros propios medios. Me ha llamado por tanto la atención, al ver la tenacidad del diablo en plantear esa idea en las mentes de los hijos de Dios. Entendiendo a la vez cual es la ganancia que obtiene con ello, pues al hacerlos creer que él no sabe lo que piensan, tiene entonces todo el terreno libre para operar en sus mentes, haciendo inclusive, lo mismo que hizo con San Pedro.
Insisto en el hecho de que esto no es algo que alguien pueda tomarlo livianamente sin perjudicarse.
El que no lo tome con la seriedad debida invaria¬blemente va a salir dañado, y cónstenos que lo explicado es para el pueblo que- conoce al Señor. Por lo que toca al pueblo de afuera ni caso tiene el tratar de explicarlo. Si muchos hijos de Dios no pueden creerlo, lo creerán los que no conocen ni al Señor ni a Su Palabra? Pues nosotros, “sabemos que somos de Dios, y que todo el mundo este puesto en maldad” (I Juan 5:19). Por lo tanto estamos conscientes de que las mentes de toda la humanidad irredenta están controladas por “el dios de este siglo”, inclusive este dicho que: “en esto son manifiestos Los hijos de Dios, y Los hijos del diablo: cualquiera que no hace justicia, y que no ama a su hermano no es de Dios” ( I Juan 3:10).
Más claro no puede ser explicado esto, más lo entendemos “nosotros (los que) tenemos la mente de Cristo” ( I. Co. 2:16). Los que viviendo en una humillación sincera y genuina, y en un reconocimiento ver¬dadero y profundo, solamente Dios ha librado y puede sostener libres. Esto último lo enfatizo con mucha insistencia, con dolor, y aun con desesperac16n (Ro. 9:1-2), pues veo que son muchos mis hermanos quienes viven hoy en prisiones espirituales, con sus mentes turbadas por Satanás. Y como ni siquiera se dan cuenta del engaño, mucho menos lo creen o lo aceptan.
Inclusive me consta que muchos, también sinceros pero engañados, agregan una segunda mentira a lo ya mencionado, diciendo que: “el diablo no puede engañar a dos personas a la misma vez”. Sabe mi Dios que hace años que he oído este razonamiento, y esto aún entre los mismos ministros quienes a su vez así lo ensenan al pueblo y así este es también engañado. Francamente que es increíble tanto el grado,, como también la forma en que la astucia y la, sagacidad satánica pueden operar en las mentes, y más cuando se trata particularmente de los mismos hijos de Dios. Pues este último engaño mental del diablo que menciono, es también algo absurdo, que es imposible que pueda caber en el razonamiento del cristiano que está libre y despierto.
Los mismos ejemplos Escriturales citados en breve para reprobar el primer error, reprueban también rotundamente el segundo. Y la desagradable pero, a la vez, innegable y terrible realidad, sigue siendo la misma: ‘El dios de este siglo”, el príncipe de este mundo, “el dragón”, “la serpiente antigua que se llama diablo y satanás” (Ap. 12:4 y 9), mientras no sea lanzado fuera, ejerce un tremendo control sobre la bestia, que es nada menos que la civilización presente (Ap. 13:2-4).
También está dicho que “le fue dado hacer gue¬rra contra los cantos, y vencerlos” (Dn. 7:21). Y no se trata allí de que los puede matar, pues para el fiel hijo de Dios “el morir en Cristo es ganancia” (FIl. 1:21), se trata de que los puede engañar, de acuerdo con lo advertido por el Señor quien dijo: “que enganar4 si es posible aun a Los escogidos. He aquí os lo he dicho antes” (Mt. 24: 24-25). Los santos vencidos son precisamente los hijos de Dios cuyas mentes han sido turbadas por las astutas operaciones satánicas aludidas, cristianos, tanto ministros como miembros de las iglesias que consciente o inconscientemente, desestiman para su propio perjuicio, tanto la realidad de nuestro enemigo como el poder que hasta hoy le ha sido conferido de parte de Dios.
La verdad que estoy señalando escandaliza a muchos y a otros nomás no les agrada, por eso es que algunos para evadir esta innegable realidad, procuran disimularla actuando como que no existiera, o como que es algo que no tiene mayor importancia. Son muchos los que voluntariamente ignoran lo que las Sagradas Escrituras dicen con relación a los orígenes de Lucifer (Is. 14:3-20 y Ez. 28: 2-19) o dicen que no se trata allí del diablo.
Me consta inclusive que son muchos los que se han sorprendido cuando he citado la terrible verdad donde Dios dice: “Yo el Señor… no hay Dios fuera de Mi. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste. Para que se sepa desde el nacimiento del sol, y desde donde se pone, que no hay más que Yo. Yo el Señor; y ninguno más que Yo. Que formo la luz y crio las tinieblas, que hago la paz y crio el mal. Yo el Señor; que hago todo esto” (Is. 45:5-7).
Por lo regular, la mayoría de los cristianos que son llevados por esta corriente de pensamiento, sin darse ellos mismos cuenta, viven en tal estado de turbac16n que piensan, actúan, y aun ensenan en forma contraria a la voluntad de Dios que profesan obedecer. A la misma vez, muchos de ellos creen a ojos cerrados que están bien, solamente el Señor puede librar a sus hijos que han sido atrapados en esta horrible prisión, siempre y cuando estos estuvieren dispuestos a pagar el precio señalado por Dios. Pues está escrito: “Oh hombre, él te ha declarado que sea lo bueno, y que pida de ti el Señor: solamente hacer juicio (justicia), y amar misericordia, y humillarte pares andar con tu Dios” (Mi. 6:8).Pero cuan difícil es para el humano humillarse en la forma incondicional como lo pide el Señor! (Lc.9:23), y el diablo, conociendo perfectamente bien el grado de orgullo y soberbia que hay en la carne de cada uno de los hijos de Dios, se aprovecha de ello en una manera muy especial. Estando consciente de esto, he escrito lo presente sabiendo que por el consejo de la Palabra de nuestro Dios: “Muchos serán limpios y emblanquecidos, y purificados. Más los impíos obraran impíamente, y ninguno de los impíos entenderá”, pero entenderán los entendidos” (Dn. 12:10).

LAS OPERACIONES DE SATANAS

Cualquiera que está peleando con un enemigo que no conoce, de seguro que va a perder la pelea. Y esto es precisamente lo que les ha pasado, y lo que les está pasando a miles y miles de cristianos quienes ciertamente han conocido al Señor, pero que en una u otra forma han sido impedidos para no conocer en forma plena a su enemigo. A nuestro enemigo la Biblia lo llama: “el dios de este siglo”, y por lo consiguiente es poderoso. El desestimarlo o el ignorarlo puede ser fatal para el cristiano que anhela serle fiel a Dios.
Dios es Espíritu, y como Espíritu obra en los sentimientos y en el razonamiento del humano para cambiar su vida y hacer de un pecador un santo que agrade y sirva a su Creador. De igual manera, también nuestro enemigo es un espíritu poderoso que tiene facultad para trabajar en la mente y en los sen¬timientos del humano, y trastornar lo bueno que pueda haber en la vida del hombre y de la mujer ciertamente que de esta operación maligna es víctima en primer lugar el humano no regenerado por la. Palabra de Dios, pero también el cristiano quien no conoce en realidad a su enemigo, puede a la vez ser fácil víctima de sus ataques malignos y perder, inclusive, la obra que Dios hubiere hecho en su corazón. En los tiempos y lugares cuando Dios le ha permitido al enemigo el hacerle daño físico a los hijos de Dios, “el dios de este siglo” se ha ensañado torturando sus cuerpos en el martirio y el suplicio, llevándolos hasta la muerte. Pero cuando esta privado de esa oportunidad, como sucede hasta hoy en estos lugares de la tierra en donde nosotros vivimos, entonces sus fuerzas malignas se concentran en parte en hacernos daño por medio de enfermedades, pero más particularmente se esfuerza trastornando y enfermando las mentes y los sentimientos de los cristianos en múltiples maneras.
Para el mundo incrédulo, el enemigo de Dios y de nuestras almas es solamente un ser imaginario quien, según la ciencia y las filosofías, existe so¬lamente en la mente de los ignorantes e incautos. Este ha sido siempre el engaño sutil con que “el dios de este siglo” ha podido controlar las mentes de la humanidad, diciéndoles que él no existe, pero no termina allí su astuta operación, sino que ha podido engañar también a una gran parte del mundo llamado cristiano, haciéndoles creer que el diablo es solamente un personaje chistoso con cola, cuernos y una horquilla en la mano, que sirve solamente para asustar a los niños y a los tontos. Inclusive, son miles los ministros quienes predican a Cristo y su mensaje de redención, pero por la otra parte ignoran y aun niegan las operaciones del poderoso espíritu del maligno. Pues creen y ensenan que todo aquel que ha aceptado a Jesucristo el Señor como su Salvador, que ha invocado su nombre en las aguas del bautismo para el perdón de los pecados, y que ya ha recibido de Dios el don del Espíritu Santo, está ya completamente inmune a los ataques y a las asechanzas del príncipe de las tinieblas y de sus demonios. Estas enseñanzas son un engaño letal que inducen al cristiano a bajar la guardia y quedar expuesto a ser atacado y aun vencido.
Digo ya al principio que es una derrota segura el pelear con un enemigo a quien uno no conoce. Nuestro enemigo sabe muy bien que la estrategia que más buenos resultados le ha traído en el transcurso de los ya casi seis milenios en que ha engañado a los humanos, es decirles que él es una imaginación solamente, y que si existe es solo una broma su existencia. El razonamiento común que ha puesto en las mentes de las multitudes, inclusive en las de muchos cristianos, es que quien hace el mal lo hace sola y exclusivamente de su propia voluntad. Que todos los desvíos y ]as malas acciones son absolutamente de la propia iniciativa de la persona. Que ninguna influencia exterior tiene que ver con las determinaciones del individuo. Este engaño es de proporciones universales, y solamente Dios puede despertar al hombre y a la mujer para que mire la desagradable realidad de la innegable existencia del “príncipe de las tinieblas”.
La Escritura nos declara que: “el dios de este siglo ha cegado los entendimientos de los incrédulos para que no les resplandezca la lumbre del evangelio de Cristo” ‘(2 Co. 4:4). Esta es la forma de operación suprema de “la potestad del acre”. Este es, preci¬samente, el control que opera en las mentes y los sentimientos de millones de humanos, quienes caminan viviendo y haciendo muchas cosas que no quisieran vivir ni hacer. La mayoría de ellos no pueden ni saben librarse por la sencilla razón de que no se dan cuenta que un poder espiritual superior que sus propias voluntades, es el que mueve y controla sus impulsos y acciones, y aun sus mismas vidas. Este ataque satánico es más efectivo, naturalmente, en las vidas de aquellos en quienes no reside el poder del Espíritu de Dios.
Hay cristianos a quienes Dios ha: permitido que pasemos por experiencias no solamente, desagra¬dables, más aun extrañas y terribles, los que hemos experimentado o visto en una u otra forma, una o muchas veces las operaciones y ataques abiertos y descarados de nuestro enemigo, debemos, en su forma, darle gracias a Dios por ello. Pues ciertamente que el vivir y ser testigos personales de tales cosas es una experiencia nada deseable, pues esto cualquiera lo puede entender. Pero, en cambio, cuando aquellas experiencias desagradables y amargas han quedado atrás, los conocimientos adquiridos en ese proceso se han convertido en una arma poderosa para poder pelear “la buena batalla”.
Pues por medio de tales experiencias no solamente hemos podido conocer “personalmente” a nuestro enemigo y a los ejércitos del averno, sino también a invadirlo y atacarlo en su propio terreno, cosa que muchos cristianos y aun predicadores de la Palabra no saben ni pueden hacer. Estas experiencias, inclusive, nos ponen a los hijos de Dios en una situación espiritual superior, no solamente para cuidarnos y defendernos mejor, más también para atacar con mayor efectividad a nuestro enemigo sabiendo cuales son las armas que le causan mayor efecto y daño.
Para beneficio de alguien, entre mis experiencias personales, testifico que en una de las múltiples ocasiones en que mi enemigo se ha dirigido a mí en palabras audibles, mi Dios me lo entrego para que dijera a lo que el verdaderamente teme: “Yo los odio a todos ustedes sin acepción-dijo-, pero le tengo miedo a un hombre que tiene amor y hace justicia”, terminó diciéndome. Allí mismo pude comparar la similitud exacta entre la declaración de Lucifer y lo que dice el Espíritu Santo por instrumentalizad de San Juan el apóstol: “En esto son manifiestos los hijos de Dios y los hijos del diablo: cualquiera que no hace justicia y no ama a su hermano no es de Dios” (1 Jn. 3:10). Desde el preciso momento en que todo el mensaje de Dios está fundado en el amor y la justicia divina, lógicamente entendemos que el distintivo de los verdaderos hijos de Dios debe ser, precisamente, esas virtudes básicas.
Las Sagradas Escrituras nos aconsejan con¬tinuamente sobre esta verdad fundamental advirtiéndonos que si tenemos todo lo bueno que se pudiere nombrar, pero si no tenemos las virtudes básicas ya mencionadas, nada somos, ni nada tenemos (1 Co. 13 y Ap. 2:2-5). Entonces, mis amados hermanos y compañeros de lucha que entienden y están de acuerdo con lo aquí escrito, revistámonos con las armas con que podamos pelear y vencer a nuestro enemigo, pero no nos detengamos allí, sino que también ayudemos y rescatemos a otros que necesitan, y que están pidiendo nuestra ayuda.
Tengamos claro en nuestro entendimiento que nuestro enemigo no le teme al cristiano que habla lenguas angélicas, ni al que tiene dones y operaciones de milagros, puesto que esas cosas el mismo fácilmente las puede imitar (2 Co. 11:14 y Ap. 13:13). Tampoco le teme al que “sabe mucha Biblia”, que salta, brinca y corre mucho, o que fuere muy esfor¬zado. Le teme a aquel cristiano que en su vida y en sus acciones diarias, manifiesta el verdadero amor y la justicia. Pues la presencia de esa unción es Cristo mismo en la vida del fiel creyente. Nunca pensemos “que ya la tenemos hecha”. Eso ha sido el principio de la derrota de muchos profesantes cristianos que han caído víctimas de la operación sutil “del dios de este siglo” y de las “malicias espirituales” de que en este estudio tratamos.
Es lógico el entender que en la lista de prio¬ridades de nuestro enemigo, están, no los impíos ni los cristianos mediocres, sino los hijos de Dios cuyo mayor anhelo es serle fieles al Señor, y quienes así aceptan que lo aquí dicho es verdad. Para ello ha usado, y va a seguir usando varias formas comunes de ataque entre las cuales una de las más usadas, es, el trastornar y envenenar las mentes de los hijos de Dios, metiendo malas voluntades entre unos y otros, quitando así la armonía y la comuni6n que imperativamente debe de existir entre el pueblo de Dios.
Esta operación ha sido por lo regular tan sutil que ha logrado ofuscar aun a cristianos que están conscientes de lo aquí explicado, pues “la potestad del acre” los hace pensar que están bien, y así no miran el peligro. Trabaja a la vez en sus mentes al grado de convencerlos de que tienen suficientes razones para actuar en la forma descrita coma si fuere lo normal, y así vivan y no se libren del engaño satánico sutil.
Esta y otras actitudes similares obran en aquellos cristianos quienes, consciente o inconscien¬temente, han sido ya de antemano aprisionados por el espíritu del orgullo, de la soberbia y de la arrogancia. Estas, por cierto, han sido siempre las llaves más efectivas con las que ha podido “el príncipe de la potestad del aire” abrir la puerta del coraz6n del cristiano para entrar y destruirlo. Ahora consideremos la forma también sutil en que “los gobernadores de estas tinieblas” operan en los sentimientos de los creyentes fieles y humildes, desanimándolos, agobiando sus almas, debilitando sus vidas espiritualmente, haciéndolos que se sientan como si ya estuvieran completamente derrotados. Es desesperante, ciertamente el mirar una y otra vez como es posible que cristianos fieles, humildes y sinceros, puedan ser convencidos tan fácilmente por el enemigo como para creer la vil mentira de que ya Dios los desamparo y los abandono. Como es posible que puedan tan fácilmente sentirse enjuiciados, y aun ya condenados, por fallas y errores que no llegan a mayor cosa?

¿QUIEN ES EN VERDAD NUESTRO ENEMIGO?

La verdad es que “los gobernadores de estas tinieblas” tienen suficiente facultad para influenciar en tal forma a muchos hijos de Dios, usando aún la humillación sincera de ellos para hacerlos que crean a sus mentiras y se sientan como condenados delante de Dios. Una de las operaciones muy comunes del maligno es provocar una resequedad espiritual en la vida del hijo de Dios, la cual a su tiempo usa para hacerlo que piense que ya Dios lo desamparo porque no siente “nada”. Esta es una mentira descarada, y barata por cierto, puesto que no nos ha llamado nuestro Señor Jesucristo para que caminemos por lo que sentimos, sino por lo que sabemos y entendemos en Su Palabra.
Otra trampa en la que muchos cristianos caen también muy fácilmente, es en la que “el dios de este siglo” ciega los ojos del hijo de Dios para que no. mire las cosas favorables, los triunfos y las bendiciones que ha recibido de Dios, empezando con la mayor de todas: ser heredero de la vida eterna con Cristo. En cambio lo hace mirar solamente pérdidas y derrotas, y todas las cosas que no tiene, o las que ha pedido y no ha recibido.
Entonces, derrotado sin razón, camina oprimido y privado de su libertad espiritual, sintiendo que su cruz es tan pesada que ya no la puede cargar más. Como resultado de todo queda ahora así impedido por el malo para no poder cumplir, y hacer las cosas, los trabajos y obligaciones que su Señor y Dios le ha encomendado. La última trampa que mencionare es la más simple y popular de todas: El cristiano cegado por el maligno para que ponga su vista, sus fuerzas, su vida y su todo, en las cosas pasajeras y temporales de este mundo, empezando con lo sagrado como lo es la familia, y terminando con vanidades sin fin. Muchos son los profesantes cristianos a quienes todas las otras trampas del maligno no les afectan, pero en esta han caído presos en una forma por demás desesperante. Pues desde el preciso momento en que están bien, y que se sienten bien, es imposible que des¬pierten, o mucho menos que acepten que están caminando engañados por “el dios de este siglo” y “las malicias espirituales en los aires”.
Amados hermanos míos, ¡cuidado con el maligno! Que importante es que conozcamos en realidad quien es nuestro verdadero enemigo. Cuán importante es que estemos despiertos para entender “que no tenemos lucha contra carne y sangre”, sino contra seres espirituales mucho más poderosos que nosotros, a los cuales no podemos ver con los ojos naturales, ni mucho menos derrotarlos con armas y facultades humanas. La breve lista de trampas sutiles que hemos descrito en este escrito, sabe mi hermano, y mi hermana, que son solamente parte de una larga lista de operaciones del maligno que pudiéramos mencionar. Aquí hemos hecho referencia solamente de aquellas que pudiéremos llamar “más honorificas”. Las más degradantes, de las cuales son víctimas no solamente los perversos, más aun muchos profesantes cristianos, no las hemos traído aquí a referencia. Pero la verdad es que en unas y otras, y en todas, tiene que ver la influencia del “príncipe de la potestad del aire”, quien por seis milenios ya, ha sabido como manipular las mentes, los impulsos y los sentimientos del humano para que este no haga la voluntad de su. Creador.
Ya para finalizar esta parte, invito a mi herma¬no(a), o a mi amigo que tuviere de leer estos renglones, para que nos fijemos en la triste condición de un mundo miserable y depravado que nos rodea. Lleno de miseria, de pecado, de vicio y de depravación sexual. De crímenes, de guerras, de injusticias, y de cuantos males más. A lo largo de toda la historia de la hu¬manidad, terminando con la “civilización” del tiempo actual, el “dios de este siglo” ha convertido al humano en quien no habita el poder regenerador de Dios, en “una bestia bruta”, peor que los animales salvajes. Pues estos últimos como seres irracionales Megan hasta cierto límite en sus acciones salvajes, más el hu¬mano, con una mente de capacidad ilimitada hecha a la misma imagen del Creador, pero controlada por el poderoso espíritu del mal, no tiene límite en sus maquinaciones de maldad.
Nada lo puede hacer noble, santo y justo fuera del poder regenerador de la gracia de Dios. Pero aun así, de acuerdo con lo dicho en este escrito, mientras el hombre regenerado vive en esta humanidad, está en continuo peligro de caer víctima de “las malicias espirituales en Los aires “.
La pregunta final es esta: ,Puede el cristiano vivir victorioso y libre de las trampas del maligno? ¡Gracias demos a Dios por la maravillosa y positiva respuesta: “Antes, en todas estas cosas hacemos más que vencer ‘por medio de Aquel’ que nos amó. Por lo cual estoy cierto que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna creatura nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:37-39).•
HIJOS DE DIOS E HIJOS DEL DIABLO
“En esto son manifiestos Los hijos de Dios, y los hijos del diablo: cualquiera que no hace justicia y no ama a su hermano, no es de Dios” (I Juan 3:10).
Estoy bien consciente que el encabezado de este escrito puede llamar fuertemente la atención, y aun sacudir los sentimientos de alguno de los lectores. Ya hemos tratado anteriormente en forma bastante amplia sobre el tema de “Los hijos de Dios”, pero la realidad es que el texto bíblico citado menciona también a “Los hijos del diablo”. Tratar sobre el tema de “los hijos de Dios” es algo agradable y atractivo, y aun maravilloso ciertamente. En cambio, tratar sobre el tema de “los hijos del diablo”, es exactamente lo contrario. Mas con todo lo desagradable que este tema tuviere de ser, es una verdad innegable sobre la cual, gústenos o no, nos conviene y es necesario tratar.
Entiendo perfectamente bien que este tema no “embellece” precisamente las páginas de este libro; también que habrá de provocar comentarios negativos y de desaprobación, y aun de malas voluntades. Pero si la misma Palabra de Dios habla en forma bastante amplia sobre este tema, nosotros entonces llevaríamos culpa delante del Señor cuando trataremos de evadirlo para evitarnos problemas. Las múltiples experiencias que por mi parte he obtenido al pelear con mi enemigo a lo largo de una vida, me han dado la oportunidad de conocerlo a un grado al que muchos de mis hermanos y compañeros no han llegado. Pues precisamente son muchos los hijos de Dios quienes, por no conocer mejor al diablo, han sido fácilmente engañados y trastornados por este.
Una de las cosas en que estoy plenamente convencido, y de la cual advierto a mis hermanos, es que al diablo le disgusta que se hable en forma positiva, franca y clara, de las maneras regulares y comunes en que el opera para trastornar y engañar especialmente a los cristianos quienes no lo conocen bien. Pues gran parte de la efectividad de su estrategia ha consistido siempre en esconderse detrás de la misma persona a quien está engañando (Léase Mateo 16:23). Por lo tanto nos es fácil entender que al diablo le conviene, y lo hace todas las veces que le es posible, que sus hijos (los hijos del diablo) aparezcan ante el mundo con el honorifico titulo de: “Hijos de Dios”. Tenemos entonces que reconocer que durante los siglos, y hasta hoy, esta estrategia le ha producido resultados muy favorables “al padre de la mentira” (Juan 8:44).
Al tratar aquí en forma muy particular sobre “los hijos del diablo”, es lógico explicar, aunque fuere en forma breve, algo con respecto a, los orígenes y existencia del padre de los tales. No ocupare mucho espacio en ello, por cuanto ya he tratado en forma más amplia sobre este tema anteriormente. La Biblia nos da razón de este personaje extraordinario desde el principio de la historia humana (Gn. 3). En el mismo Huerto del Edén aparece en la escena como “el engañador”, y como el originador de la caída y sentencia de nuestros primeros padres. Pero aún hay más después de su primera victoria sobre la condición humana; pues al inducir a Caín para que matara a su hermano Abel, es cuando el diablo logra adquirir “paternidad” sobre su primer hijo (Gn. 4:3-15).
San Juan, por el Espíritu Santo, dirigiéndose a los hijos de Dios, señala a Caín como el primer “hijo del diablo” diciéndonos: Torque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era del maligno, y mato a su hermano ¿por qué causa le mato? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas”. (1 Juan 3:11¬12). (Es muy importante entender que “el derecho de paternidad” de Satanás adquirido sobre Caín, no era el sentido físico-sexual como hay quienes interpretan y ensenan. Así como los hijos de Dios somos espiritualmente participantes de la naturaleza divina al recibir la Palabra del Espíritu Santo por medio de los sentidos naturales, de igual manera la paternidad diabólica es espiritual. Pues esta es introducida en el hombre interior al recibir el humano el engaño del diablo, por medio de los sentidos naturales).
La historia de la creación de Lucifer, su ensoberbecimiento y su caída, las Sagradas Escrituras nos las explican ampliamente usando los personajes simbólicos en los capítulos 14 (3 al 23) de Isaías. Para confirmación a lo descrito en las escrituras aludidas, tenemos la tremenda declarac16n hecha por el mismo Creador (la cual por cierto he visto que ha conmovido a muchos cuando la han leído), cuando nos dice: “Yo el Señor, y ninguno más hay: no hay Dios fuera de Mi.
Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste; para que se sepa desde el nacimiento del sol, y desde donde se pone, que no hay m4s que Yo, que formo las tinieblas, que hago la paz y crio el mal. Yo el Señor que hago todo esto” (Is. 45: 5-7).
No es mi propósito aquí el enumerar todas las porciones Escriturales que nos hablan de la existencia y de la realidad del “Dios de este siglo” (2 Co. 4:4). Para hacer tal cosa, fuera necesario ocupar más espacio, y el intento aquí no es tanto el tratar sobre “el padre de mentira” sino el considerar la parte de sus hijos: los hijos del diablo. Pues sigo insistiendo que una de las operaciones más comunes y sutiles del diablo, especialmente entre los cristianos (y ministros) descuidados, es que este tema no se trate como se debe, y que no se tome en serio como se necesita.
Pero la verdad es que al hacer tal cosa, esto no mengua en lo mínimo el hecho y la repugnante realidad de que los hijos del diablo existen. Y lo más duro en todo caso es que, de acuerdo con la Escritura citada, “los hijos del diablo” no están solamente en el mundo impío, sino también entre el ambiente del profesante cristianismo. La confusión entonces consiste en que esta clase de “cristianos”, quienes con sus acciones han adoptado al diablo como su padre habiendo sido cegados sus entendimientos por el dios de este siglo, por su parte reclaman que son hijos de Dios.
Esta realidad es innegable, pero son muchos los creyentes y enseñadores cristianos quienes prefieren no tratar sobre este tema; unos porque son de los que están cegados, y otros “para no ofender y meterse en problemas” al tratarlo. Por mi parte creo firmemente que cualquier cristiano sensato estará de acuerdo conmigo en que es mejor tratar aquí sobre esta desagradable realidad, y no tener que hacerlo en “el Tribunal de Cristo” (2 Co. 5:10). Entonces será ya demasiado tarde para muchos (He. 12:17). Cabe inclusive el recordar que la confusión a que nos estamos refiriendo prevalece en un grado muy sobresaliente no solamente entre el cristianismo nominal que hay en el mundo, mas también entre nuestros propios medios. Son muchos los que profesan ser hijos de Dios y no lo son, entre el ambiente del cristianismo que tiene conocimiento de verdades fundamentales como lo son la Unidad de Dios, el Bautismo en el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo, y la recepc16n del don del Espíritu Santo con la evidencia de las nuevas lenguas.
La porción bíblica que estoy usando como base para este comentario es específica, clara y muy terminante. No deja lugar para que alguien se quede en medio, sino que señala las dos clases de gente que hay en este mundo: Hijos de Dios, e hijos del diablo. La diferencia entre los unos y los otros no consiste, según esta Escritura, en ciertas o cuales ceremonias, sacramentos, rituales, liturgias o tradiciones. No consiste tampoco en ciertas o cuales diferencias de estos o aquellos grupos u organizaciones religiosos. La Escritura citada señala, por el Espíritu Santo, algo básico y cortante: “Cualquiera que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios”. La expresión es dura y difícil de digerirla ciertamente, pero es la verdad señalada por Dios, y nuestra parte es aceptarla con temor y reverencia.
Estamos entendidos por lo que toca al mundo inconfeso, lo común y natural es negar e ignorar el tema de los hijos del diablo, o sencillamente referirse a ello como algo chistoso o sin importancia. En cambio entre los cristianos el tema no puede ser descartado así tan fácilmente. Es común ciertamente entre estos, el referirse con naturalidad a los hijos del diablo cuando se trata de los pecadores y de los perversos; pues hacer tal cosa es relativamente fácil, ya que en ello no existe ninguna confusión. Señalar como hijo del diablo a alguna persona depravada, a algún asesino o a algún degenerado, cualquiera puede hacerlo sin mayor problema. Pero la Escritura que nos ocupa no está refiriéndose a esos miserables de quienes no se puede pensar otra cosa. La situación de esos pobres no tiene que preguntarse.
El texto sagrado está dirigido en cambio hacia donde está la confusión para hacer la diferencia entre los que son, y los que dicen que son, pero que no son; para que el hijo verdadero de Dios pueda distinguir y reconocer a aquellos que caminan “teniendo apariencia de piedad,, más habiendo negado la eficacia de ella, y continua advirtiendo: a estos evita” (2 Ti. 3:5). Pues ciertamente que el problema reside en poder entender quiénes son verdaderamente ovejas, y quienes son aquellos “que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, más de dentro son lobos rapaces” (Mt. 7:15). En poder conocer desde aquí, quienes son aquellos a los que el Señor les dijere en aquel día: “Nunca os conocí, apartaos de mí, obradores de maldad” (Mt. 7:23). Para librarnos de la confusión, el Espíritu Santo sigue diciendo: “Cualquiera que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. “
A todos consta que el consejo regular prevaleciente entre el propio cristianismo es que el problema para no ser hijos del diablo lo resuelve el individuo con declarar que es cristiano, que es religioso, o que esté absuelto de la maldición aludida solamente con el hecho de guardar las doctrinal y los mandamientos de cierta o cual religi6n; o con pertenecer a cierta o cual iglesia autodenominada cristiana. Es, por cierto, esta última forma de pensar la que ha hecho que muchos cristianos cargan en la maldición aludida. Estando presos en ese engaño se sienten justificados para “hacer injusticias y para aborrecer a su hermano”, creyendo en su turbación que pueden violar la misma Palabra de Dios y que aún así están bien.
Inclusive es bien conocido el hecho de que la operación de error aludida afecta muy directamente al ministerio (2 Ts. 2:11). Son muchos los ministros quienes, “no haciendo justicia ni amando a su hermano”, están por sus propias actuaciones adjudicándose ese título que a nadie se le desea. Estando presos del engaño, se sienten en cambio justificados porque predican bonito, porque tienen gente, porque tienen dones, etc. La innegable realidad es que todas las evasivas o justificaciones que se usaren fuera de las condiciones señaladas en el texto sagrado, no valen. La declaración por el Espíritu Santo es enfática y cualquier razón que no estuviere fundada sobre justicia y el amor, esta reprobada por el Espíritu Santo.
No es solamente el texto citado el único que señala como requerimiento las virtudes de la justicia y el amor en los hijos de Dios. En realidad es que todo el mensaje del Libro Santo se reduce a esta verdad fundamental. El que hubiere muchos que no aceptaren este razonamiento, o que no quisieren reconocerlo para vivirlo, eso no le resta en lo mínimo su veracidad. La verdad de Dios sigue siendo verdad, a pesar de la incredulidad que pudiere haber aun entre los que reclamaren ser pueblo del Señor. Por cierto, está por llegar pronto el día en que no quedara ni un solo individuo, que no se convenza. Pero para muchos, y entre ellos quienes ahora tienen oportunidad de creerlo y de tomarlo en serio, ya no será tiempo de poder creer.
Es triste decirlo pero a la vez imposible negar, que es grande hoy el número de quienes entre el pueblo llamado de Dios, ahora tanto entre los miembros de las congregaciones como también de los enseñadores, se han echado encima así mismos la terrible maldición aludida. Hombres y mujeres que reclaman con mucha seguridad el ser hijos de, Dios, pero que de acuerdo con la declaración de la Palabra del Señor, no lo son. Pues ciertamente saben, pueden y tienen muchas cosas, pero “no hacen justicia, y no aman a su hermano”. Estos, son a los que el Espíritu Santo se dirige hoy diciéndoles: “Porque tú dices: Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa; y no conoces que tú eres un cuitado y miserable y pobre y ciego y desnudo” (Ap. 3:17).
Estando sus sentidos embotados por la sutil operación del error, no, pueden captar el significado profundo (pero a la vez tan sencillo) de la ordenanza del Espíritu que nos dice:. “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien en humildad, estimándoos inferiores Los unos a Los otros. No mirando cada uno a lo suyo propio, sino cada cual también a lo de Los otros”. (Fil. 2:3-4) Estando cegados sus entendimientos por el dios de este siglo, no pueden realizar la terribilidad de la advertencia divina que dice al cristiano engañado: “Yo se tus obras, y tu trabajo y paciencia; y que tú no puedes sufrir Los malos, y has probado a Los que se dicen ser ap6stoies, y no lo son, y los has hallado mentirosos;; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado por mi Nombre y no has desfallecido, Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor”. (Ap. 2:2-4).
Digo al principio de este tema que estoy consciente que a algunos los va a sacudir lo escrito. Inclusive habrá quienes tendrán de llamarse insultados pensando, y aun diciendo, que yo los estoy llamando hijos del diablo. La verdad es exactamente lo contrario, pues “verdad digo en Cristo, no miento, dándome testimonio mi conciencia en el Espíritu Santo, que tenga gran tristeza y continuo dolor en mi corazón”, al mirar a muchos de mis hermanos que necesitan despertar. Hermanos amados quienes han sido engañados por el padre de la mentira, y que necesitan ser libres de los lazos espirituales con que están aprisionados para que no sigan siendo hijos de él.
Mi dolor, sabe mi Dios que no miento, es precisamente porque sé que lo escrito no lo podemos cambiar: Hay solamente Hijos de Dios, e hijos del diablo, y “cualquiera que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios”. Digo antes que es fácil entre los cristianos llamar “hijo del diablo” a un asesino; pero sabe mejor mi Señor que por mi padre, aun a tal depravado se me hace duro y difícil llamarlo en tal forma. Con más razón no puedo atreverme a llamar así a aquellos mis hermanos en Cristo el Señor. Más cuando veo que ellos con sus propias actuaciones se están quitando a sí mismos el privilegio de ser hijos de Dios, y tornándose en lo contrario, ahí está precisamente la causa de mi desesperación. Es entonces esa desesperación la que me ha movido para hablar de este tema como consta a muchos que lo he hecho, y de escribir sobre ello en esta ocasión. El Señor me ha dicho una vez más: “Clama a voz en cuello, no lo detengas; alza tu voz como trompeta y anuncia a mi pueblo su rebelión” (Is. 58:1).
Entre los miembros del pueblo de Dios, ninguno puede hacer a otro “hijo del diablo”. Esa horrible maldición se la hecha encima solamente el individuo a sí mismo. Cuando entiende lo que Dios le ordena, y en cambio obedece más bien al diablo, arrastrado por su propia soberbia y por su orgullo, toma con su propia mano la droga de la maldición espiritual y se la aplica a su propia alma. Esto lo podemos muy bien llamar “suicidio espiritual”, puesto que el individuo está consciente del terrible mal que el mismo se está echando encima. El solo se está quitando el supremo privilegio para ya no ser contado entre los hijos de Dios, y automáticamente apropiándose a sí mismo y por su propia voluntad, un lugar entre los hijos del diablo.
San Pablo señala algo que funciona en forma similar a lo descrito cuando nos dice: “El que no amare al Señor Jesucristo sea anatema” (maldito), (1 Co. 16:22). Nadie puede maldecir a otro con esta maldición. Cada quien se la quita o se la echa encima por, si mismo. Y, precisamente el que ama al Señor Jesucristo en verdad, como Dios lo demanda (Dt. 6:5), va a amar también a su hermano y va a hacer justicia con é1 verdadero hijo de Dios, en quien está la caridad, que es el mismo Señor, ama y hace justicia a sus enemigos y aun a sus verdugos, con mayor razón a sus hermanos. Imposible seria enumerar aquí en unos cuantos renglones todo lo que las Sagradas Escrituras nos dicen sobre este tema que es de vida o muerte.
Inclusive, es una verdad innegable el hecho de que no es por falta de conocimiento en la Palabra de Dios la causa por la que muchos cristianos (incluyendo muchos ministros) cometan “suicido espiritual”. La razón que invariablemente mueve para que hagan tal cosa aquellos que conocen la verdad, es la misma de siempre: la falta de una humillaci6n sincera y genuina, de acuerdo con las palabras del Maestro de la vida, quien dijo: “Y aprended de Mi, que soy manso y humilde de corazón; y hallareis descanso para vuestras almas” (Mt. 11:29). Cuando el orgullo, la soberbia y la vanidad han reemplazado la humildad y la sencillez en la vida de aquel cristiano que se ha descuidado, la maldición aludida no se puede hacer esperar. Ya no se puede seguir siendo hijo de Dios. Automáticamente se convierte en lo contrario.
No hay nada más maravilloso que mirar la metamorfosis divina operando en el miserable pecador, convirtiendo a este en un humilde y santo hijo de Dios que ahora hace justicia y ama a su hermano. En cambio no hay nada tan doloroso como mirar la metamorfosis satánica transformando a un cristiano que en un tiempo fue sencillo y humilde, en un orgulloso y soberbio que ahora no le importa – el hacer injusticia; a un cristiano que en un tiempo pasado de su vida aprendió a amar aun a los que lo maldecían, mas ahora maldice, desprecia y aborrece aun a sus propios hermanos. Esta horrible meta¬morfosis satánica con poderes demoniacos, operando con una sutileza infernal entre los mismos hijos de Dios, ha transformado a muchos, en hijos del diablo.

¿QUÉ ES, HACER JUSTICIA?

¿Qué es, “hacer justicia”? Me pregunto un día un hermano. Confieso que me puso a pensar por un rato para poder darle una respuesta concreta y específica, hasta que el Señor me dio la respuesta: Hacer justicia es hacer todo lo que estuviere de la parte de uno, algunas veces aun al grado del sacrificio, para hacer felices a otros. La justicia se hace siempre para alguien más. El hacerla para uno mismo es por lo regular egoísmo.
Es muy posible que haya algunos entre los hijos de Dios que estuvieren haciendo injusticia por ignorancia. Cristianos sinceros quienes habiéndose hecho también la pregunta aludida, no han tenido una respuesta definida y por lo tanto en su ignorancia están exponiéndose al peligro de ser contados entre los hijos del diablo. Lo escrito, por lo tanto, no es para insultar, ni mucho menos para maldecir y condenar, más para librar y ayudar a aquellos cristianos que estando en el peligro aludido, recibieren el consejo y permitan ser ayudados. Pasemos pues ahora, en esta segunda parte de este escrito, a ministrar a quienes movidos por el Señor aceptaren el ser ayudados con el consejo de la Palabra de Dios.
No es posible hacer justicia sin que haya amor, y de igual manera nunca será posible el tener amor y no hacer justicia. Estas dos virtudes básicas del Espíritu Santo, que son el distintivo por excelencia de los hijos de Dios, están entrelazadas la una y la otra en tal forma que nunca es posible separarlas. Una madre amorosa nunca hará una injusticia a un hijo, aun cuando este no fuere merecedor de tal actitud de parte de ella. ¿Porque actúa ella así? Porque ama a su hijo, y ese amor no le permite hacer ninguna cosa que ella sintiere que no fuere favorable o en bien de él, antes por lo contrario. De cierto que esa madre amorosa va a hacer todo lo que estuviere a su alcance, aun hasta el sacrificio de parte de ella si así fuere necesario, para fin de alcanzar el que su hijo sea feliz o reciba el bien. Ese amor que está en su corazón no le permite en lo absoluto el hacerle Injusticia a su hijo.
Lo mismo pudiéremos decir de un padre cariñoso hacia sus hijos, y de hijos cariñosos hacia sus padres. De un esposo amante hacia su esposa, y viceversa. De un hermano que ama a su hermano y de un amigo fiel hacia su amigo íntimo. La actitud descrita es invariablemente la que opera en todas las relaciones humanas que están unidas por ese factor básico de la vida coma lo es el amor. Pues el amor limpio y puro, en todos sus aspectos, no solamente es, o viene de Dios, sino que es el mismo Dios, “porque Dios es amor’”. Donde está verdaderamente el amor es imposible que more la injusticia, así como donde hay luz, es imposible que moren las tinieblas.
El odio y la injusticia son gemelas y caminan siempre juntas. Por la otra parte en cambio, el amor y la justicia son preciosas hermanas y siempre van unidas. Por eso está dicho que: “Cualquiera que es nacido de Dios, no hace pecado, (el pecado del odio y la injusticia) porque Su simiente (la simiente de Dios) está en él; y no puede pecar (no puede odiar ni hacerle injusticia a nadie), porque es nacido de Dios”. Y continua diciendo: “Carísimos, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Cualquiera que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios, porque Dios es amor” (1 Juan 3:9 y 4:7 y 8). Por eso está dicho que: “en esto son manifiestos Los hijos de Dios, y Los hijos del diablo: cualquiera que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios”.
Es pues, precisamente, a los hijos de Dios a quienes el Señor ordena diciendo: “Mas Yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a Los que os maldicen, haced bien a Los que os aborrecen y os ultrajan y os persiguen” (Mt. 5:44). Y si el hijo de Dios, siguiendo el ejemplo de su Señor, (Lc. 23:24) hace justicia bendiciendo aun a sus perseguidores y a sus verdugos, con más razón bendice a todos aquellos que al igual que e1 profesaren ser también hijos de Dios. Pues inclusive está dicho: “Bendecid a Los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis” (Ro. 12:14). El que bendice a su hermano o a su prójimo es porque tiene el amor de Dios en su corazón. Y el bendecir implica el no hacer o decir, y ni siquiera desear, nada que perjudique o que le acarree mal o perjuicio a cualquier otro ser.
El supremo ejemplo, y fuente del amor y de la justicia, es nuestro mismo Dios; pues El en su voluntad soberana, en sus “incomprensibles juicios y en sus inescrutables caminos”, (Ro. 11:33) es el amor y la justicia perfecta. El mundo, y los hijos de ira (Ef. 2:3) que, están en el, no pueden comprender los profundos e insondables misterios de’ la justicia y del amor del Todopoderoso. El que es hijo de Dios en verdad no solamente reconoce la perfección de la justicia y del amor de Dios, sino que a la vez es imitador de uno. Por eso es que está presto para amar y hacer justicia, poniendo siempre su parte y haciendo todo lo que estuviere en su posibilidad o a su alcance para hacer que otros obtengan el bien o sean felices.
Eso lo ha aprendido e1 hijo de Dios de su Padre; pues del Eterno está ‘dicho que: “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16). El mismo Rey y Señor de gloria, estando “en Los días de su carne”, hizo justicia, con nosotros y nos mostró su amor dando, su vida en el Calvario. Su ejemplo en la cruz es la suprema confirmac16n de su mensaje de amor y de justicia., Ese ejemplo lo han vivido en todos los tiempos y lugares los verdaderos y genuinos hijos de Dios.
CONCLUSION
San Pablo nos dice de sí mismo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a si mismo por mí (Ga. 2:20). La lógica de Dios nos ensena por tanto que en quien realmente vive Cristo el Señor, es hijo de Dios, e invariablemente se tienen que reflejar en el las obras de su Padre. Por eso dice: Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo (de amor y de justicia), el tal no es de Él” (Ro. 8:9). Hijitos, no os engañe ninguno: el que hace justicia, es justo, como El (el Padre) también es justo. El que hace pecado (injusticia), es del diablo( I Juan 3:7-9).
El peligro sobre el que, por medio de las palabras de San Juan, el Espíritu Santo aquí nos previene, consiste precisamente en la desagradable verdad de que entre el mismo pueblo del Señor abundan “los hijos del diablo”. Estos por su parte profesan ser hijos de Dios, y con su “apariencia de piedad”, con sus múltiples astucias, e inclusive con sus bonitos mensajes y palabras, y aún señales, engañan a muchos incautos, y si es posible, aún a los escogidos (Mt. 24:5, 11 y 24). Estos cuitados, y miserables ciegos (Ap. 3:17), cristianos y ministros falsos, habiendo sido ya engañados por “el padre de mentira” porque creyeron a la iniquidad (2 Ts. 2:10¬12), en su grande mayoría creen ellos mismos que están bien, precisamente porque han sido cegados (2 Co. 4:4).
Aborrecen, desprecian, maldicen, y hacen injusticia no solamente a sus prójimos, más aun a sus mismos hermanos. Todo esto lo hacen naturalmente en el nombre del Señor, y con la Biblia en sus manos. Pues estos falsos aprueban sus injustas actuaciones usando sus propios razonamientos, los cuales basan a su vez en interpretaciones torcidas en la misma Palabra de Dios al igual como lo hizo el diablo con el Señor (Mt. 4: 5 y 6). Hablan y componen falsedades, fingen, engañan con una naturalidad que parece la misma verdad, al grado de que ellos mismos lo creen así. Ese grado de hipocresía opera más par¬ticularmente en aquellos que ya tienen “cauterizada la conciencia” (1 Ti. 4:2); en aquellos que han llegado al punto en el curso de sus vidas de soberbia en que ya está muy difícil que despierten o que se regresen.
La realidad de la Palabra de Dios continúa en pie, y gracias al Señor que nadie la puede cambiar: El que no vive el ejemplo del Padre es sencillamente porque no es hijo de Él. Y el que no es hijo del Padre Eterno, es hijo del padre de mentira. Nadie puede estar exceptuado de ser hijo del Uno, o del otro. Cada humano, en el hombre interior, tiene invariablemente la genética espiritual, o del Dios Todopoderoso, o del dios de este siglo; o del Cristo de la gloria: Jesús el Señor, o del anticristo: quien es nada menos que el mismo Satanás. De acuerdo con la Escritura citada no hay más que dos clasificaciones en las que está dividida la humanidad: Hijos de Dios, o hijos del diablo; hijos de luz, o hijos de ira.

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