Powered By Blogger

viernes, 28 de mayo de 2010

La Fe de los Santos


Por Pastor Efraim Valverde, Sr.

“Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros de la común salud, me ha sido necesario escribiros amonestándoos que contendáis eficazmente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas vs. 3).

Si hace ya más de 19 siglos que el apóstol Judas sintió la imperiosa necesidad de escribir a los santos amonestándoles a defender la fe original, ¿qué nos queda a nosotros decir ahora que estamos viviendo en el tiempo del fin? Si entonces había ya herejías y doctrinas de error, cuánto más ahora después de casi dos milenios. Si aquellos hombres de Dios tuvieron entonces que actuar con firmeza, y aun con dureza, ahora nosotros estamos bajo una obligación sagrada de hacer no solamente lo mismo, sino aun más, pues la operación del error está funcionando hoy a su máxima capacidad por la sencilla razón de que “el diablo sabe que tiene poco tiempo” (Apoc. 12:12). Los días, los años, los siglos han venido de mal en peor.

Una de las verdades que mi Dios me ha encomendado en estos últimos años de mi ministerio que predique fuertemente, es sobre la actuación de los verdaderos ministros de Cristo quienes estamos instruidos para “no tener señorío sobre las heredades del Señor” (1 Pedro 5:3). La operación contraria a esto, por otra parte, es el distintivo de los falsos ministros de que nos hablan los apóstoles (léase Hech. 20:29-30 y 2 Ped. 2:1-3). La idea particular que con lo dicho quiero enfatizar es la siguiente: En el Sistema de Gobierno de Dios en Su Iglesia, el Señor dio y ha dado potestad a Sus verdaderos ministros, NO para enseñorearse sobre Su rebaño sino para defenderlo, teniendo potestad en la Palabra sobre el pecado para reprender y reprobar el error, la mentira, la falsedad, y la apariencia.

Los apóstoles en su tiempo cumplieron fielmente con lo que a ellos les fue encomendado por el Señor, y usaron la potestad recibida de Dios para poner el fundamento de “la fe de los santos” (Efe. 2:20), y para dejarnos a los que habríamos de venir después de ellos el molde para que nosotros, en nuestro debido tiempo cada uno, siguiéremos “conteniendo eficazmente por la fe que ha sido una vez dada a los santos”. Pues el que dio entonces esa potestad a Sus fieles ministros, es también el que ha seguido haciendo lo mismo hasta el día de hoy. Aquellos recibieron potestad para, “poner el molde”. Los que hemos venido después, hemos recibido potestad para, “usar el molde”, y defenderlo “eficazmente”.


El molde, o sea el mensaje, la enseñanza, la doctrina, la Palabra, está esculpida ya en las páginas del Libro Santo. Y ciertamente que son muchos los que directamente de la lectura de sus páginas han recibido la luz y la revelación de las verdades divinas. Pero también ha sido y es la voluntad del Eterno que aun muchos más reciban esa revelación oyendo a los voceros fieles del Señor exponerlas con potestad y firmeza, viviendo a la misma vez las verdades que predicaren.

Por mi parte me siento privilegiado de estar contado por la voluntad del Señor, entre el número de los vasos que en este tiempo Dios ha llamado y ha dado potestad para predicar y enseñar las verdades del Libro Santo. Muchas de estas verdades no son agradables en lo absoluto al oído natural humano, antes por lo contrario provocan aborrecimiento y odio entre los que no aman al Señor. Y no solo entre los incrédulos y los impíos más aun entre muchos que profesan ser creyentes y servidores de Cristo el Señor. Pero precisamente por eso Dios da potestad en la Palabra a los instrumentos que El ha llamado para que digamos las verdades que se tienen que oír, ahora tanto por los que las reciben y se gozan como por los que “rechinan los dientes” cuando las escuchan. Por lo tanto, el verdadero ministerio no es fácil. El ministerio que se mira fácil es el falso. El verdadero ministro de Cristo va a ser, ciertamente, siempre amado en verdad por los seguidores fieles del Señor, pero invariablemente va a ser siempre despreciado, aborrecido, y odiado por el mundo impío, y por el cristianismo falso (léase Mat. 24.9-12).

La potestad de Dios a que me refiero es la genuina; la que viene envuelta en la humillación, la compasión, el dolor y las lágrimas de nuestro amado Maestro. Tiene todas las manifestaciones exteriores, ciertamente, pero el distintivo mayor que hay en esa potestad es que está en ella, “este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:1-5). El ministro e hijo de Dios que está revestido de ella invariablemente camina, “andando y llorando” (Sal. 126:6), “clamando y gimiendo” (Eze. 9:4). No manda, sino que ruega y suplica. No es exhibicionista, sino modesto y sencillo. No reside en el, “la sabiduría…terrena, animal, diabólica”, sino la “que es de lo Alto” (Sant. 3:13-18).

La potestad falsa que encandila a los incautos es muy común y popular. La verdadera siempre ha sido bastante escasa, pero siempre la ha habido y hoy también Dios nos la ha dado a los que reconocemos lo antes dicho, y los que estuviéremos dispuestos a pagar el precio correspondiente. Yo soy un testigo de ello hoy, y haciendo legítimamente uso de la potestad en la Palabra que Dios ha querido darme, declaro una vez más que los mensajes fundamentales de “la fe que ha sido una vez dada a los santos”, son los siguientes:

1.Dios es Uno—no es tres, ni dos—(Deut. 6:4), y Su Nombre, “que es sobre todo nombre” (Fil. 2:9-10) es EL SEÑOR JESÚS. En Su aspecto invisible e infinito como el Espíritu Eterno, la Biblia lo llama, “El Padre”. En Su aspecto corporal y visible, la Escritura lo llama, “El Hijo”. Y en Su operación redentora y de poder para Sus seguidores, el Libro de Dios lo llama, “El Espíritu Santo”. Por tanto el bautismo, que es para perdón de pecados, debe ser invariablemente administrado en el NOMBRE de JESUCRISTO Señor nuestro.
2.Israel es el pueblo original escogido por Dios hasta hoy, y está declarado por el mismo Señor que nuestra salvación (la de los Gentiles), “viene por los Judíos” (Jn. 4:22). El verdadero cristianismo invariablemente ama y bendice a Israel y al Pueblo Judío.
3.La Iglesia del Señor es Una. Es un organismo vivo, no cierta o cual organización político-religiosa donde los “jefes” reclaman monopolio de la salvación. La iglesia verdadera está integrada por todos y cada uno de aquellos que aman y sirven al Señor en “espíritu y en verdad” (Jn. 4:23), y a los cuales Dios ha “marcado y conoce” (2 Tim. 2:19).
“Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, teniendo cuidado de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino de un ánimo pronto; y no como teniendo señorío sobre las heredades del Señor, sino siendo dechados de la grey. Y cuando apareciere el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Pedro. 5:2-4).

Hipocresía


Por Pastor Efraim Valverde, Sr.

"HIPOCRITA"

Un término no muy agradable para muchos cristianos, pero que lo leemos seguido en los Evangelios y usado nada menos que por el mismo Señor Jesucristo.

Esta palabra describe la acción de fingir, actitud muy común a su vez en el humano, pero reprobada por la Palabra de Dios, y muy particularmente para el cristiano que profesa servir a Dios de verdad, pues de la manera que el Señor reprobó a los Fariseos de la antigüedad, sigue reprobando hasta ahora a los religiosos hipócritas actuales.

El titulo de este articulo no está equivocado, sino que tiene dos caras, que es la característica peculiar del hipócrita, quien frente al amigo muestra aspecto agradable, pero por la espalda lo difama y traiciona; estando con un grupo particular actúa en forma positiva, mas al estar en otro ambiente, obra negativamente. El Señor anticipando las señales de los últimos días, señaló esta desviación particular entre los hermanos, lo cual se ha cumplido.
Para el tiempo en que a nosotros nos ha tocado vivir, es una cosa tan común la hipocresía, que un grande número de cristianos viven una vida hipócrita y para ellos es tan natural que no les preocupa lo mínimo. El apóstol Pablo dijo: “Empero el Espíritu dice manifiestamente en los postreros días algunos apostatarán de la fe escuchando a espíritus de error y doctrinas de demonios, que con HIPOCRESIA hablarán mentira teniendo cauterizada la conciencia”, ese tiempo ya está con nosotros, pues es uno de los distintivos de la Iglesia apóstata, la de las organizaciones políticas, donde el diablo ha enseñado a los cristianos a mentir, fingir, engañar y defraudar, y todo esto y mas, en el nombre del “bienestar de la obra”.

¡Qué burla tan satánica!….y lo más lamentable es que sean tantos los que han caído en esa red.

El apóstol Pedro nos dice. “dejemos pues toda malicia y todo engaño, y fingimientos y envidias, y todas las detracciones”, y la Iglesia verdadera de Cristo está compuesta de los que así queramos vivir, pues esto, (como mucho lo hemos dicho ya) no consiste en grupos sino que es individual. Cada uno de aquellos hermanos amados en la fe, que temiendo y sirviendo a Dios así viven…que tesoro precioso son para mi Cristo….y a la vez también para sus demás hermanos que sienten lo mismo.

Si tú y yo hemos entendido esto y vivimos hermano mío, no dejemos que nos arrastre la corriente contraria…..perfectos no podemos ser, pero sinceros y cristianos de verdad con la ayuda del Señor si podemos ser. El tiempo de obrar se está acabando y hay que aprovecharlo viviendo para agradar a Cristo, orando a la vez para que los hermanos hipócritas se conviertan en hermanos sinceros y cristianos de verdad, “porque no entrará en Su presencia el hipócrita” (Job 13:16)..pero el Señor guarda a los sinceros”. Salmo 116:6.

viernes, 21 de mayo de 2010

Todo Está Normal


Por Pastor Efraím Valverde Sr.

“Estamos viviendo una vida normal”. Esta es la expresión común entre las gentes al referirse a su situación cuando hay salud en los miembros de la familia, y cuando poseen más o menos las cosas necesarias en la vida diaria. Es tan común esta expresión que muchos de los hijos de Dios la usan también con toda naturiladad sin fijarse que en realidad están diciendo algo que no es correcto.

Siendo cristianos sinceros, al considerar el término “normal” en una forma más seria y profunda que por lo regular se acostumbra, tendremos de reconocer que el poseer los beneficios físicos y materiales mencionados no es realmente “normal”, sino un milagro. Y para que sea posible que las bendiciones referidas permanezcan, el milagro tiene que sostenerse en una forma continua.

No se necesita ser una persona de alta educación para entender que las cosas que producen aquí la felicidad humana, son como las bombolas de jabón que de su jabonera lanza al aire un niño. Se miran hermosas flotando cadenciosamente, y a la vez cambiando de bellos colores. Pero de repente, en una fracción de segundo, explotan y se desvanecen en tal forma como si nunca hubieran estado.
No existe humano (desde que es un niño ya consciente de la vida y mientras ésta no se termina), que no haya tenido de vivir en una forma u otra, en un grado mayor o menor, la experiencia de que en un instante se desvanezca ante sus ojos el objeto de su felicidad. Pues no en vano dice la Palabra de Dios que “el hombre nacido de mujer (es) corto de días y harto de sinsabores. Que sale como una flor y es cortado, y huye como la sombra, y no permanece” (Job 14:1-2).

Este razonamiento pudiere parecerle a alguien como cosa simple y sin mayor importancia. Mas la innegable verdad es que se trata de algo serio y de vida para cada hijo de Dios. Pues al usar éste la común expresión referida, a sí mismo se hace daño induciéndose inconscientemente a olvidar que es un continuo milagro el que hace posible los “beneficios” (Sal. 103:2) de una vida “normal”.

En el curso de mi ministerio he visto caer a multitudes de cristianos en esta sutil trampa del diablo. El Señor ha hecho el milagro de darles por largos años felicidad humana en diferentes formas. Mas llegó un tiempo en que acostumbrados a ser participantes de milagro, ya no lo miran como tal. Ahora lo permanente de esas bendiciones lo consideran como algo “normal”. Inclusive se sienten merecidos, como que por derecho está hoy obligado Dios a darles todo lo que pidan. (En este número están por cierto los que hoy enseñan que el cristiano que no está rodeado de bendiciones físicas y materiales, es porque no tiene fe).

En Realidad, ¿Qué es “Lo Normal”?

Los fieles servidores de nuestro Dios a quienes “ha sido concedido por Cristo, no sólo que creáis en El, sino también que padezcáis por El” (Fil. 1:29), entienden perfectamente mi mensaje. Estos, mis hermanos, quienes han vivido o están viviendo hoy situaciones y experiencias que están muy lejos de salir de acuerdo con la idea común de lo “normal”, pueden preguntarle a los “normales”: ¿Qué es en realidad lo “normal”? por mi parte he sido testigo durante todos los años de mi vida “normal”, de acuerdo con la idea general que en nuestros ambientes prevalece.

Una vez mi hijo, E. V. II dio razón de un caso muy particular que le tocó escuchar durante una conferencia bíblica: El predicador fue un ministro de unos 40 años de edad cuyo cuerpo, desde que salió del vientre de su madre, ha sido el de un fenómeno tristemente desfigurado. Su testimonio, y el llamamiento de Dios en él para el ministerio, es algo único y maravillosamente conmovedor.

A este ministerio con cuerpo completamente fuera de lo “normal”, un ministro “normal” le pregunto: “Hermano; ¿te gustaría a ti tener un cuerpo normal?” Respondió el desfigurado con otra pregunta: ¿Qué es a lo que tú llamas “normal”? Y agregó: “Si el tener un cuerpo como el tuyo es lo normal, para luego servir con él al Señor en la forma tibia, frivola y superficial como tú y muchos llamados “normales” lo están hoy haciendo, no envidio tu normalidad. Mas bien pienso que convendría que el Señor les diere un cuerpo “normal” como el mío para que, sabiendo como nos amó El ya a nosotros, le amaran y sirvieran con la misma pasión con que yo lo hago”.

Dice mi hijo que el testimonio y mensaje de este ministro con un cuerpo que no es “normal”, hizo un impacto tremendo en muchos de los “normales” que estuvieron presentes. Inclusive esto sacudió también a algunos cristianos muy distinguidos que habían estado distraídos y aun bostezando durante la mayor parte de aquella conferencia, arrastrados precisamente por la “normalidad” de sus cuerpos. Pues está escrito: “Si él (nuestro Dios) pusiese sobre el hombre Su corazón, y recogiere así Su Espíritu y Su aliento, toda carne perecería juntamente, y el hombre se tornaría en polvo” (Job 34:14-15). “Porque toda carne es como la hierba, y toda la gloria del hombre como la flor de la hierba: Sécose la hierba, la flor se cayó. Mas la Palabra del Señor permanece perpetuamente. Y esa es la Palabra que por el Evangelio os a sido anunciada” (1 Ped. 1:24-25).

Lo que en éstas y otras muchas Escrituras el Señor nos declara, es para que entendemos qué es realmente aquí lo normal en la vida de sus hijos. Que la única verdadera y firme normalidad que El ha establecido, es que haya y permanezca en nuestros corazones un amor intenso y profundo hacia El, y una entrega completa e incondicional a Su voluntad. La vida del Señor, “en los días de su carne” (Heb. 5:7), es la prueba por excelencia y el supremo ejemplo de lo aquí explicado.

Si tú, mi estimado hermano lector, eres de “los entendidos” (Dan. 12:10), vas a aceptar en todo lo que vale el razonamiento que aquí he descrito. Si estás contado entre los que a Dios le ha placido rodear aquí de beneficios y bendiciones materiales y espirituales, que este razonamiento te sirva para que nunca des por hecho lo que tienes. Recuerda siempre que todo depende de un milagro constante de parte del Señor, y cuídate de no caer en la trampa satánica ya antes citada. Pues son muchos los “normales” que han caído, y que siguen cayendo en ella.

Pero si tú en cambio estás contado entre los hijos de Dios a quienes les ha sido “concedido por Cristo, no sólo que creáis en El, sino también que padezcáis por El”, no te quejes, ni te pese: ¡Gloríate! (Rom. 5:3). Porque el haber vivido hasta hoy un camino lleno de dolor y de aflicciones mil, cree (porque lo digo en Nombre del Señor), esto te hace privilegiado. El que muy poco, o nunca hayas podido gozar de esa vida que se le llama, “normal”, aunque parezca locura, conforme el Evangelio esto es realmente lo normal para ti, siendo un verdadero hijo de Dios. “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden. Mas a los que se salvan, es a saber, a nosotros, es potencia de Dios” (1 Cor. 1:18).

martes, 18 de mayo de 2010

EL LAMENTO DE DIOS


Escrito por el Pastor E. Valverde, Sr.

EL LAMENTO DE DIOS
“Oíd cielos, y escucha tú, tierra, porque habla el Señor: Crié hijos y engrandecílos, y ellos se rebelaron contra Mí” (Isaías 1:2).

Este mensaje no está dirigido a “las almas” de los pecadores, como es común en nuestros medios el llamar a los inconversos. El mensaje está dirigido, desde que fue dado al profeta Isaías hasta el presente día, a los hijos de Dios: al pueblo de Israel desde entonces, y hasta ahora también al pueblo Cristiano, a la Iglesia. Pues lamentablemente este dolor que ha hecho sufrir a nuestro Dios ha prevalecido durante todas las edades, causado no por el mundo impío que no conoce ni sirve al Señor, sino por Su pueblo; por Sus hijos. Por tanto, lo escrito va dirigido precisamente a todos y cada uno de aquellos que reclamamos hoy el ser parte del pueblo del Señor; el ser hijos de Dios.

Insisto que es común en nuestros medios el aplicar esta y otras Escrituras similares para evangelizar “las almas”, para reprender los pecados y la vida de inmoralidad en aquellos que aún no han sido convertidos al Señor. Pero si nos fijamos con detenimiento vamos a tener que reconocer que tanto ésta como muchos otros de los mensajes Bíblicos semejantes, están dirigidos de parte de Dios no al mundo impío sino a Sus hijos. Y la operación satánica sutil en este caso consiste precisamente en desviar las mentes, ahora tanto de los creyentes como de los enseñadores, para que no miren ni reconozcan ni acepten la verdad que estoy explicando. Mas el hecho de que muchos de los profesantes hijos de Dios no lo crean así, eso no cambia en lo absoluto la realidad de que este mensaje no es para las almas de los pecadores sino para las almas de los hijos de Dios.
Creo por lo tanto, con plena certeza, que todos aquellos quienes profesando ser Cristianos somos en verdad fieles hijos de Dios, vamos a porder oir una vez más el doloroso lamento de Dios, el lamento de nuestro Padre quien sufre al ver que ha creado hijos y despueés de haberlos engrandecido, éstos se han rebelado en contra de Él. ¿Cómo? ¿Solamente volviéndose otra vez a la inmundicia de los pecados propios de la “inmundicia de carne” (2 Corintios 7:1)? La respuesta a esto no tiene nada de misterioso, pues cualquiera puede entender fácilmente que los desvíos sexuales, los vicios, drogas, etc…, están mal. En cambio, los pecados de la inmundicia “de espíritu” no está muy fácil descubrirlos, y mucho menos el comprobarlos en las vidas de los que los cometen. Y esto mayormente cuando se trata de Cristianos y de ministros que han aprendido a usar la misma Palabra de Dios para vivir, “teniendo apariencia de piedad” (2 Timoteo 3:5).

Esta actitud de apariencia, de fingimiento y de hipocrecía, es precisamente la cusa mayor del lamento doloroso de Dios. Esta es provocada y alimentada por los demonios más asquerosos y aborrecibles delante de Dios como lo son la soberbia, orgullo, arrogancia, altivez, jactancia. Por eso está escrito que “viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios, y todos los que hacen maldad, serán estopa” (Malaquías 4:1). Aquí también el Espíritu Santo, como antes ya lo explico, se dirige al pueblo de Dios. Pues no es posible hacer maldad sin tener soberbia (y eso es comúnmente la vida del mundo impío). En cambio, sí es posible tener soberbia, y no hacer maldad (de la que se mira). Y esta apariencia opera exclusivamente entre el pueblo de Dios, pues es el único pueblo que conoce por la Palabra de Dios la piedad verdadera, y que por lo tanto puede muy bien fingir que la vive; “mas habiendo negado la eficacia de ella”.

Insisto en el triste pero innegable hecho de que esta aborrecible operación ha sido y es hasta este día algo común entre el pueblo de Dios. El testimonio de ello lo tenemos a lo largo de toda la Santa Biblia, ahora tanto en Israel como también en la Iglesia. La historia en todas las edades y hasta los tiempos modernos, por medio de “los frutos” da involuntariamente razón de esta farza diabólica entre los pueblos que se llaman Cristianos. La falsedad, hipocrecía, intrigas, fingimientos, avaricia, engreimiento, lascivia, adulterios y más, son cosa común tanto en las membrecías como en el ministerio. Y esto no solamente en el Cristianismo nominal entre el cual los feligreses que al no conocer la Biblia, no saben ni lo que creen, sino también entre el pueblo Cristiano que reclama conocer la Palabra de Dios y aun el haber “nacido otra vez”.

Lo dicho es con plena certeza, puesto que nadie me lo ha contado ni lo he recibido como información de segunda mano. Después de haber viajado y vivido intensamente en el servicio del ministerio por largos años, me consta, con dolor por cierto, qué tan real y común es la triste realidad descrita. Y naturalmente que no me estoy reduciendo a cierto o cual grupo religioso en lo particular, lo cual en todo caso sería una ridiculez. Soy testigo que esta operación satánica es en una escala mundial. Pues me consta para este tiempo de mi vida que esto no se reduce a una organización, o a cierta raza, país o continente: es universal. “El dios de este siglo” (2 Corintios 4:4). Satanás, que es el anticristo, trabaja sutilmente en las mentes de los integrantes del pueblo de Dios, y ha atrapado siempre a los descuidados. Ahora en el tiempo del fin, esta ola de turbación y engaño ha cobrado proporciones gigantezcas por cuanto “el diablo ha descendido a vosotros, teniendo grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (Apocalipsis 12:12).

Y así el lamento de Dios se sigue oyendo: “Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra Mí”. ¿A quiénes habrá de dolerles hoy el oir así al Padre lamentarse? A Sus hijos fieles y obedientes. Aquellos de quienes Él mismo dice: “Mas a aquel miraré que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a Mi palabra” (Isaías 66:2 y 5). Pues los que “con temor y temblor” (Filipenses 2:12) servimos al Señor, estaremos dispuestos a obedecer incondicionalmente la Palabra de Dios pagando el precio de humillación y de sacrificio que en ella se nos ordenare. Estaremos dispuestos a vivir aquí diciendo con el Apóstol, “ni estimo mi vida preciosa para mí mismo” (Hechos 20:24), buscando siempre en cambio, en todas las formas y medios que nos fuere posible, cómo honrar y hacer sentir feliz al Señor Jesucristo, quien es nuestro Padre y nuestro Dios. Después de lo dicho alguien podrá preguntar cuál es la forma específica de cómo agradar a nuestro Padre y hacerlo sentirse feliz. Por tanto creo que es conveniente señalar algunas de las cosas que la Palabra de Dios nos manda que hagamos, y de las que nos ordena que no hagamos. Sé de antemano que lo que señalo enseguida tiene valor y habrán de tomarlo en cuenta solamente “vosotros los que tembláis a Su palabra”. Ciertamente son una mayoría hoy las consciencias entre el pueblo de Dios que están “cauterizadas” (1 Timoteo 4:2), y muy pocos son los que saben quebrantarse ante el Señor al oir o al leer la reprensión de Su palabra. Inclusive, es la cosa más común en nuestros medios el hablar sobre las virtudes y frutos del Espíritu, y estar viviendo exáctamente lo contrario. Mas ya está anticipado que “los impíos obrarán impíamente, y ninguno de los impíos entenderá, mas entenderán los entendidos” (Daniel 12:10). Y es entonces a estos “entendidos” a quienes nuestro Señor Jesucristo dice:

No odies ni aborrezcas a nadie. Si esto no debes de hacerlo ni aun a tus mismos verdugos, mucho menos a aquellos que profesen ser también creyentes; aun a los que pensaren diferente que tú, o que no pertenecieren a tu propio grupo. En relación a aquellos que en tu concepto estuvieren mal, no los maldigas. Sigue el ejemplo del Señor Jesús quien bendijo aun a los que lo clavaron en la cruz, diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Como un hijo verdadero de Dios tú no vas a despreciar ni aborrecer, ni a maldecir a nadie. Pues sabes que se nos está ordenado: “Bendecid a los que os persigen; bendecid, y no maldigáis” (Romanos 12:14). Por lo tanto, ama y bendice no solamente a los que a ti te amaren o a los de tu propio círculo, mas a todos tus hermanos. No hagas injusticia a nadie, mucho menos a tus hermanos. Pues “cualquiera que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios” (1 Juan 3:10).

Procura ser amable y atento hasta donde te fuere posible. No menosprecies al que te procura en paz, ni mucho menos te goces en hacerle sentir mal con tu desprecio. Cuando de hacer bienes o de servir se tratare, hazlo sin ventajas ni conveniencias egoístas. Y esto, no solamente a aquellos que amas sino aun a tus enemigos gratuitos. Recuerda que se nos ordena “que, entre tanto que tenemos tiempo, hagamos bien a todos, y mayormente a los domésticos de la fe” (Gálatas 6:10). Nunca dejes de ser sencillo y humilde, no importa qué tanta honra y bendiciones espirituales tengas, y qué tantas cosas materiales obtuvieres.

Recuerda siempre que todo lo que tuvieres es por la mano de Dios, y que así como Él te lo hubiere dado también te lo puede quitar. Como un hijo verdadero de Dios, nunca te jactes ni te vanagloríes; recuerda que eso es precisamente lo que hace que nuestro Padre se lamente. Mas bien procura vivir siempre delante de Él.

Nunca dejes que la arrogancia y la petulancia se aniden en tus sentimientos. Esa actitud, que es abominable ante el Señor, déjala para los desobedientes y para los mundanos que no conocen a Dios. No finjas diciendo lo que no sientes, ni presentes un frente sabiendo que no estás diciendo verdad. Eso es hipocrecía, y está escrito que a Dios, “Los hipócritas de corazón lo irritarán más” (Job 36:13). Se siempre sincero y verdadero, aunque al hacerlo te costare sacrificio y aun vergüenza a tu carne. No engañes a nadie, mucho menos a tus hermanos, pues se nos ordena que “dejando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo” (Efesios 4:25), y “no mintáis los unos a los otros” (Colocenses 3:9). El fundamento en que se basa la verdadera comunión fraternal, consiste invariablemente en una relación donde prevalecen la verdad y la sinceridad. Esa verdadera comunión hace posible aun el que podamos sobrellevar las flaquezas, los defectos, los errores y las fallas los unos a los otros.
Nunca levantes falsos ni intrigas a nadie, y mucho menos a tus hermanos. La intriga y el levantar falsos es una de las acciones más abominables delante del Señor quien reprueba esta baja acción entre Su pueblo, y hace una solemne advertencia diciendo: “Pero al (Cristiano) malo dijo Dios: ¿Qué tienes tú que enarrar mis leyes (testificar), y que tomar mi pacto en tu boca (predicar), pues que tú aborreces el castigo, y echas a tu espalda Mis palabras? Si veías al ladrón (de honra), tú corrías con él; y con los adúlteros (los que adulteran la Palabra de Dios) era tu parte. Tu boca metías en mal, y tu lengua componía engaño. Tomabas asiento, y hablabas contra tu hermano; contra el hijo de tu madre ponías infamia. Estas cosas hiciste, y Yo he callado. Pensabas que de cierto sería Yo como tú. Yo te argüiré y pondrélas delante de tus ojos” (Salmo 50:16-21).

Nunca traiciones a nadie, mucho menos a tu hermano que te ha hecho bienes, que te ha abierto su corazón y que te ha brindado toda su confianza. Si según las leyes de los hombres la traición es considerada como una de las acciones más degradantes y merecedoras de castigo, con más razón ésta es considerada así entre el pueblo que reclama ser de Dios y que conoce Su palabra. La acción de Judas Iscariote es el ejemplo máximo de este aborrecible pecado. Pero aún así, la traición ha sido siempre uno de los pecados más comunes entre el pueblo de Dios. Mas lo común y popular no le resta en lo mínimo lo repugnante al pecado arrastrado de la traición. Un fiel hijo de Dios nunca traiciona. En él pueden confiar y depender en todo tiempo no solamente Dios, sino también sus hermanos y compañeros. Y aún hasta sus enemigos gratuitos, como también los mismos impíos, se sienten obligados a reconocer que hay algo que es de Dios en aquel vaso.

Repito que la mayor parte de los pecados que he señalado, son aquellos que están catalogados por la Palabra de Dios como “inmundicia de espíritu”. Pecados que, como lo explico al principio, es fácil para el creyente y aún más para el ministro cubrirlos con la aludida “apariencia de piedad”, usando para ello la misma Palabra de Dios. Esos son los que hablan del amor, y están llenos de aborrecimientos y de odios. Reprueban la inmoralidad, y a la vez muchos de ellos secretamente viven ardiéndose en deseos sexuales desviados, en lascivias, y aun en adulterios ocultos. Predican la humildad en tal forma que convencen a los que los oyen, pero sus corazones están llenos de soberbia, de arrogancia, y de aires de grandeza; mayormente cuando están ocupando algún lugar de honor o alguna posición de prominencia.

Muchos de estos creyentes y ministros aprueban las virtudes de la honradez, pero la codicia y la avaricia oculta en sus sentimientos los impulsa para hacer cosas que no son derechas ni justas. Estos por lo regular saben cómo manipular sutilmente los sentimientos de hermanos sencillos e incautos, y así los estafan y explotan usando formas y aun medios que aparecen como muy honoríficos. Muchas otras cosas más pudiera seguir señalando, pero creo que lo dicho puede ser suficiente para “los entendidos”. Los que entienden que el bautismo, las lenguas angélicas, los dones, las facultades ministeriales, y todo lo demás, de nada nos sirven si no nos limpiamos de “la inmundicia de carne y de espíritu” y andamos humillados en verdad delante del Señor. La orden del Espíritu sigue: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien en humildad, estimándoos inferiores los unos a los otros. No mirando cada uno a lo suyo propio, sino cada cual también a lo de los otros” (Filipenses 2:3-4). ¡Hagamos feliz así a nuestro Padre!

sábado, 15 de mayo de 2010

La Esposa, Mujer Del CORDERO


Por: Pastor Efraím Valverde, Sr.

“Y vino a mí uno de los siete ángeles que tenía las siete copas llenas de las siete postreras plagas, y habló conmigo diciendo: Ven acá, yo te mostraré la esposa, mujer del Cordero. Y llevóme en Espíritu a un grande y alto monte, y me mostró la grande ciudad santa de Jerusalem que descendía del cielo de Dios”. (Apocalipsis 21:9-10)
Introducción

Entre las interpretaciones proféticas antiguas, prevalece popular hasta hoy la idea de que “la grande ciudad santa de Jerusalem”, descrita por el esto escribe, habiendo sido instruido en mis principios en tal interpretación, la di por hecho, y durante el curso de muchos años también la enseñé al pueblo de Dios. Bendigo a mi Dios porque llegó el día en que Él, así como le ha placido revelarme otros misterios maravillosos en Su Palabra, quiso a su tiempo también abrir mi entendimiento para que viera que lainterpretación aludida no cabe en lo posible, empezando con el hecho básico e innegable de que: “La carne y la sangre no pueden heredar el reino deDios , ni la corrupción hereda la incorrupción” (1 Corintios 15:50). Y el oro y la plata son corruptibles (1 Pedro 1:18). En el presente estudio elaboro sobre ésta y otras Escrituras más, y presento también razones irrefutables que reprueban rotundamente la erróneainterpretación aludida. Pues las calles de oro y demás piedras preciosas que integran “Jerusalem la celestial” (Hebreos 12:22) no son literales. Éstas simbolizan los diferentes valores espirituales, como lo son los frutos del Espíritu que residen en cada “piedra viva” (1 Pedro 2:5). Son figurativas de ese “incorruptible ornato de espíritu agradable y pacífico, lo cual es degrande estima delante de Dios ” (1 Pedro 3:4). Pido al Señor que lo escrito ilumine las mentes de “los entendidos” para que dejen de estar creyendo en una ensoñación (como el mismo Autor lo hizo por muchos años), y crean a la realidad.

El Autor


Las Fantasías y la Realidad

Entre el cristianismo moderno, es por lo regular algo común el que los temas escatológicos (proféticos) en la Biblia sean siempre algo que se escucha o se estudia con cierto espíritu de curiosidad; con algo que encierra fantasía. La fantasía y la ficción son hermanas de la mitología, o sea, que se trata de historias o de escritos imaginarios que no son más que eso precisamente: imaginaciones. A las enseñanzas escatológicas que están en el Libro Santo nunca sería correcto el catalogarlas en el mismo nivel, ni aún en la más mínima forma, pues la maravillosa verdad es que las profecías no son sueños, ni mitologías, ni ficción, ni fantasías, sino las realidades más tremendas que puedan existir en el universo entero. Nuestro Señor Jesucristo mismo lo declaró diciendo: “El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35). “Eldios de este siglo” (2 Corintios 4:4), quien conoce perfectamente la tendencia muy humana a la que he hecho antes referencia, ha usado ésta a un grado máximo en lainterpretación y en las declaraciones proféticas bíblicas
presentando torcidas éstas en las mentes de quienes no saben, o que no tienen revelación sobre la verdad. El darle curso a las interpretaciones proféticas sin tener revelación divina, y llevados solamente por el espíritu de especulación y de fantasía, ha dado origen siempre, y mayormente en este tiempo que es el último, a doctrinas extravagantes que no engranan con las verdades deDios. Una de estas “fantasías cristianas” es la que enseña que “las bodas del Cordero ” es una fiesta en el cielo en la que hay regalos, comida, intercambio de alhajas entre el no vio y la novia, y toda clase de agasajos que son comunes en una boda aquí. Los participantes pasan después a pasearse por las calles de oro de “Jerusalem la celestial” donde todo es riquezas, perlas y piedras preciosas. Las mansiones son palacios con jardines con todos los adornos que en este mundo alguien pudiera desear. A lo dicho se agregan todas aquellas cosas fantásticas y codiciables que pudieren venir a la imaginación ilusoria que apela a los sentidos naturales aquí, y que pone al creyente a soñar en lo irreal para que ignore lo real. El que aquí tiene oro y riquezas espera tener aún más allá; y el que aquí no ha tenido nada, espera entonces ser poseedor de tesoros fabulosos, de oro y de joyas de valores incalculables. Esta “fábula profética” ha dado, inclusive, auge a la enseñanza popularísima que prevalece hoy en nuestros medios y la cual enseña que el cristiano está llamado para estar rodeado de todos los bienes y bendiciones materiales imaginables. Alguien decía que si hemos de ser tan ricos allá, era justo y correcto el empezar a gozar de lujos y riquezas desde aquí. Es muy posible que lo dicho le suene a alguien como que es una broma sarcástica que no tiene caso el tomarla en serio pero la verdad es lo contrario, pues se trata de una realidad dolorosa que por cierto puede ver, sentir y realizar solamente el cristiano que está despierto espiritualmente. Son muchos en cambio, y esto más particularmente en estos lugares del mundo donde hay aún holganza física y material, quienes reclamando que son cristianos “que han nacido otra vez”, y no sienten en cambio dolor ni necesidad por el sufrimiento ajeno. Se gozan en sus reuniones religiosas las cuales muchas veces resemblan más bien una exhibición de modas que un culto de adoración aDios . Ministros que se jactan del lujo de su automóvil, de su traje y de su calzado, y a quienes lógicamente hacen competencia para no quedarse atrás; las damas de estas “socie-dades cristianas”, con modelos de exhibición de vestidos costosos de las últimas modas, y de peinados ostentosos que son símbolo y gloria de su denominación religiosa a la que a su vez citan con mucho orgullo llamándola: “Nuestra iglesia”. Los trajes chillantes de los predicadores y los laicos, los vestidos lujosos de las damas cristianas con sus arreglos y peinados exóticos, son complementados con las lujosas joyas y anillos en las manos de unos y de otras. Todas estas extravagancias no provocan ninguna mala conciencia entre los profesantes cristianos que en ellas se ejercitan; pues han sido instruidos y enseñados que esas son las bendiciones para lo cual aquí han sido llamados deDios el disfrutar. Allí no hay hambre, porque cada reunión con el pretexto que fuere, es un banquete de glotonería en
el cual se hace alarde de lujos culinarios. Hay veces y lugares donde el derroche de lujos y comidas es más limitado, mas esto por causa de que los medios son más limitados también; pero en cambio el espíritu de frivolidad y de alegría de tipo social es el mismo entre los unos y los otros. Allí en esos ambientes no hay lugar ni para el quebrantamiento en el espíritu, para las lágrimas de gratitud haciaDios , o para el sentir de compasión y de dolor por las miles de necesidades prevalecientes. El gemido de la oración intercesora ante el Señor en favor de los que sufren, de las viudas, de los huérfanos, etc…, entre el cristianismo elegante descrito, no existe en lo absoluto. Y así esegrande segmento entre las multitudes del profesante cristianismo camina gloriándose en “sus bendiciones” diciendo “yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa”, y no puede oír la voz del Señor que le sigue diciendo: “Porque tú dices: Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa; y no conoces que tú eres un cuitado y miserable y
pobre y ciego y desnudo; yo te amonesto que de Mí compres oro afinado en fuego, para que seas hecho rico, y seas vestido de vestiduras blancas, para que no se descubra la
vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio para que veas”. (Apocalipsis 3:17-18). Pues ellos continúan soñando en entrar por las puertas de perlas y en andar por las calles de oro de una ciudad literal compuesta con materiales “corruptibles” (1 Pedro 1:18).
“Las Bodas del Cordero” Me es imperativo el traer a referencia aquí el tema de “las bodas del Cordero”, pues desde el preciso momento en que estamos tratando sobre “la esposa, mujer del Cordero”, es implícito el tema de las bodas. Así que antes de continuar con la elaboración de nuestro texto bíblico básico (Apocalipsis 21:9), detengámonos primero a considerar la realidad espiritual con relación a “las bodas del Cordero”. El Señor Jesús le dijo a Nicodemo: “Si os he dicho cosas terrenas, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?” (Juan 3:12). Con esto el Señor comprueba la realidad que señalo al principio, de que como humanos somos inclinados fácilmente a medir lo espiritual con las medidas físicas, naturales y humanas. “Las bodas del Cordero” no son entonces el banquete semi-humano que ya he descrito antes, pues tenemos que empezar con fijarnos primero qué es en realidad una boda. Humanamente, la boda implica la unión de un hombre y una mujer. Con este propósito básico y fundamental van unidos en la mente al pensar en una boda, los documentos legales, los vestidos, los acompañantes, la comida, el pastel, la ceremonia, los regalos, y más. Pero pregunto: ¿Qué es en realidad la boda? ¿El propósito básico y fundamental de la unión de dos vidas; o todas las demás agregaciones? En más de alguna ocasión, después de tener y de cumplir con todos los elementos que según nuestra cultura requiere de una boda, el matrimonio ha sido anulado ante la ley. La causa para el anulamiento no ha sido la falta de alguno o de todos los elementos señalados, sino la imposibilidad de parte de los desposados de cumplir con el propósito básico. Por alguna razón física de anomalía sexual en la parte de uno de los desposados, la unión conyugal no se produjo, y ese matrimonio automáticamente ha quedado anulado. Ninguno de los demás requisitos, ni la pompa ni el lujo de la boda valieron en este caso.
La realidad innegable en el caso es, que la boda en sí consiste básicamente en esa unión física de un hombre y de una mujer en la forma que el mismo Señor describe cuando dice: “Así que, no son ya más dos, sino una carne” (Marcos 10:8). Entendiendo entonces esta verdad fundamental pasemos ahora a interpretar correctamente el simbolismo de “las bodas del Cordero”. Reconociendo primero el hecho de que se trata precisamente de un simbolismo, pues el esposo en este caso es Dios, es el Señor, y la esposa es el pueblo de Dios en conjunto, o sea la Iglesia integrada en el día de la boda por Israel y los gentiles que fuimos salvos. Es fácil, por lo tanto, el entender que la unión en “las bodas del Cordero” es un simbolismo netamente de carácter espiritual, pues la verdad es que Dios no es hombre y Su pueblo no es una mujer. Mas así como se une aquí en una boda un hombre y una mujer, “para siempre”, mientras viven, así nos dice la Escritura que nosotros, Su pueblo, “seremos arrebatados en las nubes a recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:17). Así como es lógico para el novio que su anhelo mayor en la boda sea el tener con él a su amada, y para la novia su sueño supremo es estar en los brazos de su amado, la gloria del Señor en ese día es: “El ser glorificado en Sus santos” (2 Tesalonicenses 1:10), y la gloria de Su pueblo es ahora el “estar siempre” con el Señor. Esta es la boda simbólica de que el Espíritu Santo aquí habla diciéndonos: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque son venidas las bodas del Cordero, y Su esposa se ha aparejado. Y le fue dado que se vista de lino fino, limpio y brillante: porque el lino fino son las justificaciones de los santos” (Apocalipsis 19:7-8). Esto no es fantasía, antes esta es precisamente la esperanza maravillosa y suprema de los santos (Tito 2:13). Creo que para el cristiano serio y espiritual que reconoce el razonamiento lógico y formal de la Palabra de Dios, la explicación aquí hecha va a ser aceptada como una verdad que satisface a su espíritu. Pues por la otra parte ha podido ya considerar que la interpretación exótica y de fantasías que es tan común hoy entre el cristianismo que nos rodea, es algo que no engrana en verdad con la esperanza seria de los verdaderos hijos de Dios. El simbolismo profundo y sublime de “las bodas del Cordero” encierra en verdad algo mucho más valioso que todos los objetos de lujos y de riquezas que las bodas de “la fantasía cristiana” implica. Pues describe en una forma en que solamente el hijo verdadero de Dios lo puede entender,
el amor mutuo e incomparable que existe entre el Señor y Sus santos. De ese amor, el cual al hombre natural le es imposible el poder comprender, nos habla el Espíritu Santo cuando dice: “Si diese el hombre toda la hacienda de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarán” (Cantares 8:7). Pablo apóstol, por su parte, nos habla de esa relación entre el Esposo (el Señor) y la esposa (la Iglesia) que ha principiado ya desde aquí, con la Iglesia mostrando con su sujeción completa su profundo amor para el Señor, y el amor sublime de Él para Su Iglesia mostrado al ir hasta la cruz por ella. Pues dice que: “Cristo amó a la Iglesia, y se entregó a Sí mismo por ella, para santificarla limpiándola en el lavacro del agua por la Palabra, para presentársela gloriosa para Sí, una iglesia que no tuviere mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha”. (Efesios 5:25-27). Porque “el lino fino (del vestido de esa esposa simbólica) son las justificaciones de los santos”. (Apocalipsis 19:8), y ese vestido hay que empezar a vestirlo desde aquí ahora, viviendo una vida cristiana no de fantasía, sino real.


¿Quién es la Esposa, Mujer del Cordero?

Habiendo considerado ya la realidad sobre “las bodas del Cordero”, hemos comprobado también algo en lo que todo el cristianismo está de acuerdo, y esto es, que la Iglesia es la esposa del Cordero. Mas volviendo otra vez al tema de las interpretaciones de fantasías entre los cristianos, fijémonos ahora que en lo que toca a la definición específica de, ¿quién es la esposa?, hay una contradicción tremenda. Es muy fácil jugar en nuestra mente con la pregunta, ¿quién es la esposa del Cordero? Y contestarnos que es la Iglesia y así dejar la respuesta hasta allí nomás. Pues la imaginación humana nuestra se encarga de llenar en el caso, aun inconscientemente, los vacíos que hubiere pendientes y así, casi como si fuera ya de hecho, mira en su mente las bodas en el cielo y en días aparece delante del Señor una mujer muy hermosa, vestida con un largo vestido blanco, con su corona y con su velo. Pero, pregunto: ¿Es esa la interpretación real? Creo que otra vez aquí, como lo debiéramos de hacer siempre, nos conviene hacer a un lado “las fantasías y la ficción cristiana” y fijarnos bien en lo que dice realmente la Palabra de Dios. Desde aquí empiezo a advertir algo que a continuación trataré de hacer más claro, y esto es que lo que es de valor en el realmo espiritual no puede medirse con lo que se considera de valor en el mundo de la materia. Una cosa es el reino “de las cosas movibles”, y otra cosa muy distinta es “el reino inmóvil” (Hebreos 12:27-28). Todo lo que hoy vemos y apreciamos con nuestros sentidos naturales es temporal, es pasajero, se va a terminar. Lo que hoy no podemos ver ni apreciar con los sentidos naturales, como lo son las promesas maravillosas de Dios en Su Palabra eso es eterno (2 Corintios 4:18). “La esposa, mujer del Cordero”, por lo tanto, no es una mujer en el sentido literal de la palabra, pues repito que ello es un simbolismo. En todo el capítulo 21 de Apocalipsis nos habla el apóstol Juan, en su revelación, de una ciudad maravillosa descrita como algo supremo tanto en hermosura como en riquezas. Mucho se ha hablado y tratado entre el cristianismo sobre los diferentes aspectos de esta gloriosa ciudad. Muchos cantos e himnos se han compuesto en el transcurso de los siglos que hacen mención de esta ciudad compuesta de oro y de perlas, y de toda clase de piedras preciosas.
Movidos, por tanto, por el espíritu de la “fantasía cristiana” que ya bastante he mencionado, muchos son los millones de cristianos que se han paseado una y muchas veces en su imaginación por las calles de oro de la ciudad celestial. Muchos son los predicadores que yo mismo he oído muchas veces, que electrifican a los oyentes hablando del oro, perlas y piedras preciosas de las que en esa maravillosa ciudad vamos a disfrutar los redimidos. Es cierto que dice en Apocalipsis 21:18-21, que: “El material de su muro (de la ciudad) era de jaspe, mas la ciudad era de oro puro semejante al vidrio limpio. Y los fundamentos del muro de la ciudad estaban adornados de toda piedra preciosa. El primer fundamento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, calcedonia; el cuarto, esmeralda; el quinto, sardónica; el sexto, sardio; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista. Y las doce puertas eran doce perlas, en cada una, una; cada puerta era de una perla. Y la plaza de la ciudad era de oro puro como vidrio transparente”. Pero ahora yo pregunto: ¿Son literales todas estas riquezas? ¿Es el oro de la ciudad celestial oro como el oro de aquí? ¿Son las perlas y las piedras preciosas literales? Fijémonos bien lo que dice la Escritura: “Y yo Juan vi la santa ciudad, Jerusalem nueva, que descendía del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido…Y vino a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete postreras plagas, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la esposa, mujer del Cordero. Y llevome en Espíritu a un grande y alto monte, y me mostró la grande ciudad santa de Jerusalem, que descendía del cielo de Dios” (Apocalipsis 21:2 y 9-10). En estas dos partes del mismo capítulo se enfatiza el hecho de que “la esposa, la mujer del Cordero”, es la misma ciudad celestial de la “Jerusalem nueva”. Así que por principio de cuentas tenemos que reconocer el hecho de que la Iglesia es la esposa de Cristo el Señor (Efesios 5:23- 27), y la ciudad es “la esposa, mujer del Cordero”. Entonces “la santa ciudad, Jerusalem nueva”, y la Iglesia son la misma cosa. Entonces los integrantes del “pueblo de los santos del Altísimo” (Daniel 7:27), los integrantes de la Iglesia, no vamos a andar por las calles de la ciudad, sino que nosotros mismos somos la ciudad. Esto no es ningún secreto porque a cada uno de nosotros, como miembros fieles de la Iglesia ahora, se nos exhorta diciendo: “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados una casa espiritual, y un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo” (1 Pedro 2:5). También dice: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo; en el cual, compaginado todo el edificio, va creciendo para ser un templo santo en el Señor: En el cual vosotros también sois juntamente edificados, para morada de Dios en Espíritu”. (Efesios 2:20-22). ¿Es este edificio del que hablan los apóstoles otro edificio aparte de la ciudad? ¿Acaso podríamos decir que hay dos templos o edificios? La respuesta rotunda a tal pregunta es: ¡Imposible! No es posible que haya dos edificios espirituales, dos templos celestiales de Dios. Pues inclusive, nos dice la Escritura, hablando ahora de nuestra membresía en el templo espiritual que es aquí la Iglesia del Señor: “Mas os habéis llegado al monte de Sión, y a la ciudad del Dios vivo, Jerusalem la celestial, y a la compañía de muchos millares de ángeles; y a la congregación de los primogénitos que están alistados en los cielos, y a Dios el Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos perfectos”(Hebreos 12:22-23). La Palabra de Dios no puede ser más clara aquí, pues declara enfáticamente que como miembros ahora de la Iglesia hemos pasado ya a ser parte de “la ciudad del Dios vivo, Jerusalem la celestial”. “Porque Agar o Sinaí es un monte de Arabia, el cual es conjunto a la que ahora es Jerusalem, la cual sirve con sus hijos. Mas la Jerusalem de arriba libre es; la cual es la madre de todos nosotros”. (Gálatas 4:25-26). Esta es “Jerusalem la celestial”, “la esposa mujer del Cordero”, que está integrada ya desde este presente tiempo de la gracia por “los espíritus de los justos hechos perfectos”. Por tanto, las piedras preciosas que integran “la ciudad del Dios vivo”, “el templo de Dios”, “Jerusalem la celestial”, somos cada uno de los santos quienes en todas las edades y en todo lugar hemos servido al Señor “en espíritu y en verdad” (Juan 4:23). Por eso dice el Espíritu Santo por Daniel profeta que: “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento, y los que enseñan a justicia la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Daniel 12:3). También nos dice el mismo Señor que: “Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre” (Mateo 13:43). Uno de los distintivos que hace especial aquí al oro, es precisamente su brillo. Mas ahora preguntémonos con una mente libre de interpretaciones prefijadas, ¿Cuál es el oro finísimo que se distingue por su brillo en “Jerusalem la celestial?” (Apocalipsis 21:18). ¿Será oro como el precioso metal que aquí en la tierra se conoce como oro? ¡No puede ser! Pues el apóstol Pedro señala muy claramente que el oro que aquí nosotros conocemos es “oro que perece” cuando dice: “Para que la prueba de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual perece, bien que sea probado con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra, cuando Jesucristo fuere manifestado” (1 Pedro 1:7). Se implica por lo tanto, fácilmente, que el oro que aquí conocemos “perece”, mas el oro de “la ciudad del Dios vivo” es oro imperecedero, “oro eterno”. El oro perecedero que aquí en la tierra tiene un gran valor, en la ciudad de “Jerusalem la celestial” no tiene ni siquiera lugar, mucho menos valor alguno. Pues inclusive aquí mismo, en donde el oro material vale tanto, se nos dice “que habéis sido rescatados de vuestra vana conversación, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la Sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18-19). Leyendo estos razonamientos inspirados por el Espíritu Santo, ¿podremos acaso atrevernos a insinuar, y más aún a insistir, que este “oro corruptible” que aquí conocemos sea el mismo que hace brillar a la ciudad celestial? Otra vez la rotunda respuesta es la misma: ¡Imposible! Pero el espíritu del error y del desvío, operando en la mente humana que a su vez es adepta a ser llevada por la fantasía, ha llenado de toda clase de piedras materiales la imaginación de muchos cristianos al pensar en la ciudad celestial. Operando en tal forma, alimenta las mentes soñadoras de multitudes de cristianos sinceros ciertamente, pero incautos, llenándolos de “ficciones cristianas”, y de “mitologías bíblicas” que para sueños ilusorios están bien, pero no para que sean aceptadas como la realidad de que nos habla la Palabra de nuestro Dios. Así como consideramos al principio el verdadero significado de “las bodas del Cordero”, entendiendo que la unión conyugal es básicamente y en realidad “una boda”,
también hemos comprobado ahora, a la luz de la misma Palabra del Señor, que “la ciudad del Dios vivo”, “Jerusalem la celestial”, es en realidad la misma Iglesia. En todo el maravilloso paisaje de Dios hay solamente dos razones mayores y fundamentales que producen gloria y que son objeto de gloria y éstas son: Dios mismo, y Su Iglesia. Y así como Dios es siempre UNO, pues “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8); “el pueblo de los santos del Altísimo” (Daniel 7:27) ha sido en esencia realmente siempre también uno. Por tanto, la maravillosa realidad es que el Dios de la gloria es UNO, y el pueblo de la gloria de Dios es UNO: “UN CUERPO” (1 Corintios 12:27); “UN TEMPLO” (1 Pedro 2:5); “UNA ESPOSA” (Efesios 5:25); y “UNA CIUDAD” (Apocalipsis 21:2). Y el “Señor Todopoderoso (Jesucristo nuestro bendito Salvador), es el Rey de los santos” (Apocalipsis 15:3). ¡ALELUYA!


Las Piedras Preciosas de la Ciudad

Estando ya libres en nuestras mentes de las “fantasías cristianas”, y despiertos a las verdades sublimes de la Palabra de Dios, pasemos ahora a considerar el significado real de las piedras y metales preciosos de la ciudad celestial. Al leer ya las Sagradas Escrituras y sus simbolismos en una forma realista, entendemos que el tema que nos ocupa no son ensoñaciones para que hoy solamente nos entretengamos con ellas y luego las traslademos en nuestras mentes a un futuro ilusorio. Son verdades tremen das y reales que aplican hoy mismo a nuestras vidas diarias. En las Escrituras ya citadas podemos entender, sin lugar a dudas, cuáles son los verdaderos “metales y piedras preciosas” que en verdad valen para Dios. Pues nos declara que el “oro refinado” que hay en cada una de las “piedras vivas de la casa espiritual” (1 Pedro 2:5), y el cual es como valiosísimo tesoro para el Señor, no es oro literal corruptible, sino nuestra preciosa fe. Que “el vestido de lino fino, limpio y brillante”, no es una tela material de gran valor literal, sino “las justificaciones de los santos” (Apocalipis 19:8). Cabe aquí citar la verdad innegable que opera invariablemente en nuestras vidas y ésta es, que aun en nuestra presente humanidad las cosas que más valor tienen para nosotros, no son el oro y las riquezas terrenas sino los sentimientos. ¿Por qué nos hemos de empeñar entonces en creer que para nuestro Dios, quien es Espíritu (Juan 4:24), las cosas que para nosotros valen menos, para Él tienen que valer más? El cristiano más sencillo, pero sincero a la vez, ha de entender que esa manera de interpretar la Palabra de Dios no solamente es absurda mas aún es ofensiva para el Señor. Es cierto que aquí hay muchas cosas que podemos adquirir con el oro y los valores materiales, pues inclusive para el alimento diario, el vestido y el techo, y todas las demás cosas necesarias para esta vida, se necesita el oro (el dinero) para adquirirlas. Pero el amor que produce la felicidad en un matrimonio y en una familia, nunca se podrá comprar con el oro y las riquezas materiales. La prueba de lo aquí dicho son hoy las multitudes de los “ricos miserables” que abundan en la sociedad que nos rodea. Esos “pobres ricos” tienen lo que es de menos valor, pues no pueden comprar lo que es de mayor valor, como lo es la felicidad verdadera. Al interpretar correctamente la Palabra de Dios, tanto en lo que se refiere a profecías como a doctrinas, tenemos que tomar en cuenta la realidad de la vida razonando con cuidado para que ésta no se contradiga o quede desconectada de la interpretación correspondiente. Pues ni Dios ni Su Palabra pueden ser inconsistentes, sino que todo lo que está escrito en el Libro Santo tiene invariablemente que estar conectado con la realidad de la vida aquí. De no ser así, la Biblia sería en todo caso una bonita obra literaria, una novela mitológica de ficción y fantasías muy hermosas ciertamente, pero irreales, y eso no puede ser cuando se trata de la Palabra de Dios. Vuelvo por tanto, otra vez a enfatizar la idea sobre qué es en realidad lo que para nosotros los humanos vale más aquí en esta vida, enumerando a continuación algunos de los valores y riquezas espirituales que hoy no se pueden comprar con oro (dinero): (1) El amor dulce e intenso de una esposa fiel y cariñosa, es la felicidad suprema para un hombre. (2) El amor fuerte y leal del hombre para su esposa, es para esa mujer su mayor tesoro. (3) El amor profundo e incondicional de una madre, es para el hijo o la hija un tesoro incomparable que constituye, inclusive, parte aun de su misma vida. (4) El amor firme y protector de un padre cariñoso y consejero fiel, es de un valor para lo cual no hay sustituto en la vida de los hijos. (5) La demostración dulce y cariñosa de una hija, es para su padre y para su madre algo más especial que el de las piedras más valiosas. (6) Las acciones cariñosas y la veneración reverente de un hijo que ama y honra a sus padres, es para éstos un tesoro que enriquece sus almas. (7) ¿Y qué pudiéramos decir del amor entrañable de un hermano, o de la amistad limpia y sincera de un amigo y compañero fiel? Todos estos valores espirituales incomparables, los cuales buscan y desean el disfrutar no solamente los hijos de Dios sino todos los seres humanos, son precisamente lo señalado ya: valores espirituales que no se pueden comprar ni adquirir con precios o cosas materiales. El humano que los posee es feliz aquí, mas el que no los tiene, su vida es hoy una vida infeliz y miserable no importa que fuere dueño de palacios, riquezas y tesoros mil. Por cierto que es aquí en donde cabe mencionar el privilegio único de los hijos de Dios, quienes somos poseedores hoy del tesoro supremamente sublime, incomparable y maravilloso como lo es el amor santo y la gracia redentora de que nos ha hecho participantes nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo el Señor. Pues aún, cuando el hombre no tuviere ninguno de los demás tesoros espirituales enumerados, el amor de su Dios, su Padre, su Señor y Maestro, es más que suficiente para hacerlo aquí feliz. ¡Cuánto más, cuando el humano es poseedor de ambas cosas! Para Dios, por la otra parte, no hay en toda la creación y en el universo entero, algo que se pueda comparar con el amor profundo, ferviente e intenso de Sus hijos que aquí hemos aprendido a amarle a Él más que a todos y todas las cosas. No hay holocausto ni ofrenda mayor para el Eterno que la vida limpia, humilde y sincera de Sus hijos quienes aquí, en medio de las situaciones que fuere, le adoramos y le servimos con todas las fuerzas de nuestro ser. Las oraciones, ayunos, lágrimas y alabanzas de estos tesoros especiales para Dios como lo somos Sus santos, son cual “copas de oro llenas de perfumes”. (Apocalipsis 5:8) para “el Señor de gloria”. Entendemos, por tanto, que para Dios lo que vale en realidad no son las cosas materiales de este “reino móvil” temporal y pasajero, sino los valores espirituales que son eternos. “La esposa del Cordero”, la ciudad de “Jerusalem la celestial” no es, ni nunca pudiera ser solamente un edificio de oro y de piedras preciosas ciertamente, pero literales, frías y sin vida. La ciudad que el apóstol Juan vio descender del cielo de Dios, es “la esposa, mujer del Cordero”. Esta mujer simbólica es, declaradamente hablando, el conjunto maravilloso de los amados santos del Dios Altísimo quienes durante todas las edades, hemos seguido y servido a nuestro Señor Jesucristo con un amor y una pasión profunda, intensa e inigualable. Los diferentes metales y piedras preciosas que integran esa ciudad maravillosa, “Jerusalem la celestial”, son entonces las diferentes gracias y virtudes que hay en la vida individual de cada hijo e hija de Dios. Éstos a su vez somos el conjunto universal de los santos del Altísimo: La esposa, quienes en todo lugar y en todas las edades hemos amado y servido al Señor Jesús nuestro Dios, el Esposo Amado. Por eso dice, inclusive, hablando del atavío natural exterior de las mujeres cristianas: “El adorno de las cuales no sea exterior, con encrespamiento del cabello, y atavío de oro, ni en compostura de ropas; sino el hombre del corazón que está encubierto, en incorruptible ornato de espíritu agradable y pacífico, lo cual es de grande estima delante de Dios” (1 Pedro 3:3-4). Si eso es lo que más vale para Dios en las mujeres cristianas aquí, ¿cuánto más en la mujer simbólica que es “la esposa, mujer del Cordero?” El oro, jaspe, zafiro, calcedonio, esmeralda, sardónica, sardio, crisólito, berilo, topacio, crisopraso, jacinto, amatista y las perlas, son el equivalente espiritual del “amor, caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23); “paciencia, prueba, esperanza” (Romanos 5:3-4); “sabiduría, pureza, modestia, misericordia, sinceridad, justicia” (Santiago 3:17); pureza de corazón, humildad, obediencia, amor fraternal y todas las demás virtudes y valores espirituales que de acuerdo con las Sagradas Escrituras se pudieren enumerar. Incluyo a continuación una ilustración que he hecho en público muchas veces al hablar sobre este tema, y lo hago consciente de que el mismo Señor usó siempre ilustraciones, parábolas y alegorías para enfatizar Sus enseñanzas. Si Él en Sus facultades ilimitadas así lo hizo, cuánto más nosotros en nuestras limitaciones necesitamos usar esa forma de enseñanza para reforzar el mensaje. Al tratar pues, sobre “las bodas del Cordero”, con la Iglesia como la esposa y el Señor como el Esposo, la ilustración es la siguiente: Hay un joven que desea contraer matrimonio y se le ofrece que se despose con una mujer muy bella. Esa mujer es tan hermosa que no tiene comparación con ninguna otra, desde los cabellos de su cabeza hasta la planta de sus pies es tan perfecta que no se le encuentra defecto alguno. Solamente un problema hay en este caso, y esto es que esa hermosísima mujer es una estatua de oro finísimo. El joven novio, al darse cuenta de esto último, hace entonces lo que cualquier hombre normal en su lugar haría, y rechaza la oferta de unir su vida en matrimonio con esa hermosísima estatua de oro.
La parábola descrita no puede ser reducida a una simple broma, sino que ilustra una tremenda verdad, profunda y seria, que para estas alturas en la lectura de la enseñanza mi estimado lector ya la ha entendido. Pregunto ahora entonces a los cristianos y ministros sinceros quienes han estado enseñando y creyendo la interpretación de esa “fantasía cristiana” que aquí me he ocupado en refutar. Entendiendo que ningún hombre con sentido común estaría de acuerdo en unirse en matrimonio con una estatua de oro, ¿por qué los cristianos se empeñan en unir al Cordero de Dios, al Señor de la Gloria, al Dios Todopoderoso, con una esposa integrada de piedras y metales finísimos ciertamente, pero fríos y sin vida? Al considerar los razonamientos descritos creo que hasta el más partidario de la popular “fantasía” aquí reprobada, tiene que aceptar que los tesoros que nuestro Dios busca son los sentimientos de amor de Sus santos para Él; las virtudes divinas en Sus hijos, cuales reflejos de Él.

El Simbolismo en la Vida Real

Deseo recordar a mis hermanos y lectores algo que a mí me consta y que muchos lo saben también y esto es, que es fácil disertar sobre algún tema escatológico o alguna otra porción Escritural y no sacarle ninguna enseñanza ni beneficio práctico que aplique a la vida real. Esa actuación es, por cierto, una trampa sicológica muy común, usada por los ministros falsos del cristianismo de apariencia que han aprendido a manipular los sentidos naturales. Estos engañadores usan la misma Palabra de Dios para hacer sentir bien a sus oyentes olectores , con la lectura y comentario de alguna porción de las Sagradas Escrituras, pero privándolos de la aplicación que para la vida real, ahora natural o espiritual, tuviere aquel pasaje bíblico. A causa de esto precisamente, son muchos los cristianos que viven en una “anemia espiritual”, puesto que se les mantiene sobreviviendo con una dieta para niños, de leche y de jugo de uva solamente, pero no se les da el alimento sólido que necesitan para afirmarse y ser fuertes espiritualmente. La verdad es, por lo tanto, que la trampa sicológica aludida opera más efectivamente entre los cristianos quienes creen en las interpretaciones de “fantasías cristianas”, una de las cuales es la que en este estudio nos hemos ocupado en reprobar. Entendiendo lo dicho, ahora consideremos qué tan importante es el que reconozcamos cuál es nuestro lugar en “la ciudad del Dios vivo”, en “Jerusalem la celestial”. Sabiendo ahora cuál es en verdad nuestra parte en relación con esas piedras vivas de valores espirituales que nuestro Dios espera que seamos nosotros, vamos a preocuparnos por hacer todo lo que estuviere a nuestro alcance para hacer feliz a nuestro Padre Celestial. La “apariencia de piedad” y el fingimiento no caben aquí, porque “Dios no puede ser burlado” (2 Timoteo 3:5 y Gálatas 6:7). “Porque Dios mira no lo que el hombre mira; pues que el hombre mira lo que está delante de sus ojos, mas el Señor mira el corazón” (1 Samuel 16:7). Los valores espirituales son aquellas virtudes espirituales que valen en verdad cuando se viven y se ejercitan con el corazón, con el sentir, “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24). Por esta razón el apóstol Pedro nos amonesta diciendo: “Dejando pues toda malicia, y todo engaño, y fingimientos, y envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual, sin engaño, para que por ella crezcáis en salud” (1 Pedro 2:1-2). Tanto las palabras del Señor Jesús, como también los consejos y amonestaciones de Sus apóstoles, en lo que toca a la humildad, la sinceridad y todas las demás virtudes similares, nunca han podido ni podrán surtir el efecto deseado entre uncristianismo profesional de tipo social solamente. Y esa apariencia de religiosidad, tanto entre una gran mayoría del ministerio cristiano como entre el pueblo, ha sido por cierto hasta hoy algo muy común. Pues la satisfacción religiosa que muchos de ellos sienten, la basan precisamente en sus respectivas conexiones con lareligión tradicional organizada que por lo regular consiste en el cumplimiento de ciertos o cuales ceremoniales, tradiciones o rituales. “Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, y humildad, y en duro trato del cuerpo; no en alguna honra para el saciar de la carne” (Colosenses 2:23). Estos satisfacen los sentidos naturales, pero no el alma. El ministerio profesional de los “asalariados” y de los “renombrados” ha sido el arma más especial del diablo para fomentar a través de los siglos uncristianismo también profesional, entre el cual son muy pocos los que caminan en realidad con el Señor. Ningún cristiano en su juicio normal podrá negar la declaración que estoy haciendo, y a mí me consta personalmente ya por una vida y hasta hoy, al estarme relacionando con mis hermanos en todos los continentes, de unas y otras razas, de unas y otras lenguas, y a través de diferentes organizaciones y grupos religiosos. Las piedras preciosas de “Jerusalem la celestial”, de “la esposa mujer del Cordero”, no son precisamente abundantes en el tiempo presente. Y menos lo son en estos lugares de la tierra donde la holgura, la comodidad y la abundancia material han cegado a tal grado a multitudes de profesantes cristianos que los valores espirituales en realidad no existen ya en ellos. Hay un adagio vulgar que dice que: “No todo lo que brilla es oro”. Y así podemos decir también sin temor a equivocarnos que mucho de lo que brilla entre elpresente cristianismo es brillo falso, pues no es oro genuino. No es el oro refinado en fuego que quiere el Señor, como lo es la fe que es acrisolada en la dura prueba, en la persecución y aún en la misma muerte. Las vanidades y las distracciones de este mundo han afectado a muchas de las “piedras vivas” al grado de que su “brillo espiritual” ha desaparecido. El gemido y el clamor, que son el distintivo de los que están marcados con la marca de Dios (Ezequiel 9:4), son muy escasos hoy en la ciudad del Gran Rey (la Iglesia). Los ayunos y las oraciones de los santos, que son cual perfume agradable que sube delante de la presencia del Eterno (Apocalipsis 5:8), no son cosa común hoy en “Jerusalem la celestial”. Pero sobre toda la oposición contraria, “la ciudad del Dios vivo” sigue siendo edificada por Aquél quien dijo hace ya más de 19 siglos: “Y sobre esta Piedra (porque el Señor Jesucristo mismo es ‘la Piedra del ángulo’) edificaré Mi Iglesia” (Mateo
16:18, Efesios 2:20). Y nada podrá detener la obra del Edificador Eterno quien ha determinado edificar “Jerusalem la celestial” para Su gozo y Su gloria. Durante todas las edades Dios ha usado “elementos químicos” muy especiales para sacar lustre y hacer brillar
las piedras vivas de “Jerusalem la celestial” y éstas son: la aflicción, el dolor, la prueba, y aún la persecución, el martirio y la misma muerte. Este “tratamiento” ha sido siempre altamente efectivo para curar al pueblo de Dios de las mortíferas enfermedades espirituales como lo son la frivolidad, la mundanalidad y la tibieza. Por eso Pedro apóstol nos dice: “En lo cual vosotros os alegráis, estando alpresente un poco de tiempo afligidos en diversas tentaciones, si es necesario, para que la prueba de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual perece, bien que sea probado con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra, cuando Jesucristo fuere manifestado” (1 Pe. 1:6-7). Hoy están nuestros hermanos quienes están sufriendo físicamente, sirviendo al Señor bajo los régimenes de gobiernos opresivos que los afligen y persiguen en todas las formas posibles. En medio de todas esas aflicciones, como ha sucedido en todos los tiempos entre el pueblo de Dios, las virtudes y valores espirituales han florecido y abundado. (Esto ha acontecido tanto en Israel como en la Iglesia). El brillo y lustre de las piedras vivas se reaviva y se perfecciona con la prueba que muchos de los hijos de Dios están sufriendo hoy, ahora tanto los perseguidos allá, como los que enenfermedades y diversas aflicciones, duras pruebas y necesidades, están sufriendo aquí.

Conclusión

Si tú, mi hermano(a) amado(a), estás contado entre los que hoy están pasando por el crisol de la dura prueba, el aspecto positivo de este mensaje es para ti, por lo tanto gózate porque eres parte ya del oro fino de “la ciudad del Dios vivo”. Alégrate al considerar que eres ya hoy una de las perlas preciosas que integran “Jerusalem la celestial”, de “la esposa, mujer del Cordero”. Muchos cristianos han permitido que la felicidad humana, las comodidades, los lujos, los beneficios y aún las riquezas de esta vida aquí, opaquen o apaguen el brillo de
sus valores espirituales. ¡Despierta! Si estas cosas te han inducido para este tiempo a vivir una vida religiosa de un cristianismo de apariencia, el Señor a ti te está hablando hoy y te dice: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío, ni caliente. ¡Ojalá fueses frío, o caliente! Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de Mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa; y no conoces que tú eres un cuitado y miserable y pobre y ciego y desnudo. Yo te amonesto que de Mí compres oro afinado en fuego, para que seas hecho rico, y seas vestido de vestiduras blancas, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo: Sé pues celoso, y arrepiéntete” (Apocalipsis 3:15-19). ¿Quieres oír en serio la voz del Señor que hoy te habla aquí? El oír Su voz, y el obedecerla tú sabes muy bien que eso será especial bendición. ¿O prefieres, en cambio, continuar obstinado haciendo oídos sordos a las advertencias del Señor quien con grande amor te habla hoy? ¿Serás tan necio(a) como para seguir exponiéndote al peligro movido por tu holganza, tu sucio orgullo, y tu vanidad? ¿Esperarás hasta que llegue el tiempo (que ya está a las puertas por cierto), en que Dios te castigue por causa de no humillarte, y te vomite de Su boca en una forma definitiva? Ciertamente que el Espíritu Santo dice también que: “Ninguno de los impíos entenderá, pero entenderán los entendidos” (Daniel 12:10). Y consciente de ello lo escribo aquí sabiendo que no son los necios los que habrán de leer estas letras, sino “los entendidos”. Sería un absurdo el dirigirme a los que no les importa, por eso me dirijo aquí a mis hermanos, a los que les importa su salvación; a los que les importa agradar al Señor Jesús, nuestro Dios. Nosotros, los cristianos que vivimos en estos lugares de la Tierra donde aún no ha llegado la persecución y el martirio, tenemos hoy la oportunidad de parte del Señor para ejercitarnos en caminar con Él. Tenemos la oportunidad para que de nuestra propia iniciativa, no forzados por la persecución y el dolor, cultivemos hoy en nuestras vidas esas virtudes divinas que Dios ha depositado en Sus hijos a quienes llama “piedras vivas”. El presente estudio no lo he escrito solamente con el propósito de sacar un tema novedoso, sino para que mi hermano, mi hermana, mi compañero en el ministerio, pueda ver la sutileza con que el engañador puede torcer las Sagradas Escrituras y enseñar lo que no es real, privando así al cristiano de que mire lo que sí es real. La “medicina” que en estos mismos días está ya Dios usando en otras partes del mundo “para refinar el oro en Sus hijos”, pronto va a ser también aplicada en estos lugares donde muchos de los cristianos no creen que va a llegar. La libertad y las muchas oportunidades que hoy tenemos muchos cristianos para adorar y servir al Señor, pronto se van a acabar. La abundancia y la holganza material de que muchos de mis hermanos ahora disfrutan, dentro de un corto tiempo va a ser cosa del pasado, porque van a terminar. ¿Para qué esperar hasta que venga el azote del Padre para obedecer a Su voz? Además el Señor desea que “las piedras vivas” que integran hoy “Jerusalem la celestial”, brillen aquí delante de los hombres, “y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16). Pues precisamente el propósito de Dios al edificar aquí Su Iglesia—“Jerusalem la celestial”—ha sido con el fin de que el mundo mire la hermosura y el brillo de “Su oro afinado y de Sus piedras preciosas”. Así como el hombre que tiene tesoros y alhajas de grande precio, no las tiene solamente para que estén guardadas, sino para lucirlas. Hoy nuestro Dios “quiere lucir” Sus joyas, quiere que no solamente el mundo las admire, sino aún también Sus mismos ángeles, quienes así lo desean, las miren (1 Pedro 1:12). Tú y yo, mi hermano(a), somos ese oro afinado, somos esas joyas que luce en Sus manos el Rey de los santos. Reconoce y recuerda que nosotros somos “como piedras vivas, edificados en una casa espiritual” (1 Pedro 2:5). Somos “el edificio, que va creciendo para ser un templo santo en el Señor…para morada de Dios en Espíritu”. (Efesios 2:21-22). Termino declarando que yo quiero estar hoy contado entre los hijos de Dios que están dispuestos a poner todo lo que estuviere de su parte, no importa qué tan duro o difícil esto fuera, para hacer que nuestro Padre Celestial se sienta feliz y honrado. La persecución se aproxima. Lo que muchos no creen ya viene. Pues el oro de la ciudad celestial tiene que ser refinado para que “la esposa, mujer del Cordero”, esté preparada para el día de “las bodas del Cordero”.

jueves, 13 de mayo de 2010

EL MINISTERIO DE LA IGLESIA SEGUN EL SISTEMA DE DIOS


EL MINISTERIO DE LA IGLESIA SEGUEN EL SISTEMA DE DIOS
Pastor Efraim Valverde, Sr.

“Porque no somos como muchos, mercaderes falsos de la Palabra de Dios. Antes con sinceridad, como de Dios, delante de Dios, hablamos en Cristo.”(2 Cor. 3:17)

Dios se ha valido siempre, invariablemente, de vasos humanos para hacer su obra de redención en el mundo. Por tanto podemos decir sin temor de equivocarnos que humanamente hablando, el ministerio entre el pueblo de Dios ocupa un lugar de prominencia.

No es ningún secreto el hecho de que por lo regular la vida del ministro, en sus diferentes aspectos, se refleja entre aquellos a quienes. Esto nos obliga, por lo tanto, a que enfoquemos nuestra atención en la importancia que reside en el ministerio en la iglesia del Señor.

El molde original, ciertamente, fue establecido en el principio por los apóstoles del Señor, bajo la dirección del Espíritu Santo. Más al pasar los años, y los siglos, son innumerables los conceptos, las ideas, y las formas que se han aplicado, y se aplican en el desempeño del ministerio cristiano. En el sacerdocio Levítico el orden estaba prescrito específicamente. En el ministerio cristiano solo está señalado el molde.

En el Nuevo Testamento no se especifica la edad ni la condición física del candidato para el ministerio. No se señalan condiciones intelectuales ni educativas, ni el tiempo que tuviere que durar en su preparación, o en la continuación, o finalización de su ministerio. No se le dice que ropas debe usar, ni como se debe de parar, etc.…
Todo lo que la regla divina reclama del aspirante para el ministerio cristiano, son aquellas calificaciones espirituales y morales, que cual bases sólidas deben estar en la vida del verdadero ministro del Señor Jesucristo. La Palabra Divina deja abierto el campo para que sobre el fundamento descrito se acomoden todos los demás aspectos del ministerio, en conformidad con la guianza del Espíritu Santo, el criterio del individuo, y demás factores correspondientes, conforme al tiempo y el lugar.

Conscientes por lo tanto de lo ya explicado, entendemos entonces que las reglas y orden ministerial que un grupo religioso practica, no puede ser la regla infalible que todos los demás tienen que seguir. Mucho menos es posible el que cierto grupo particular pueda probar que sus sistemas y orden ministerial es el perfecto, y descalificar a los demás.

Ya señalamos que lo único básico e infalible, que tiene que ser aceptado y reconocido por todos los verdaderos ministros de Cristo, son las cualidades espirituales y morales que hacen que el nombre de Dios se parezca a su Señor y Maestro, quien lo llamó.

Entre las cualidades requeridas que son santidad, consagración, sinceridad, humildad, entrega, etc., está una que por lo regular se ha perdido de vista entre el cristianismo en lo general, y esta es la que en forma muy clara y especifica estableció el mismo Señor Jesús cuando dijo: “Sabéis que los príncipes de los Gentiles se enseñorean sobre ellos, y los que son grandes ejercen sobre ellos potestad. Mas entre vosotros NO será así; sino el que quisiere entre vosotros hacerse grande, será vuestro servidor. Y el que quisiere entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo. Como el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mat.20:25-28).

Insisto en que la condición descrita ha sido tenida como algo de menor importancia en el orden ministerial de muchas organizaciones cristianas, grandes y chicas, en el transcurso de los siglos y hasta el presente día. En ellas están muchos hombres llamados pro Dios para el ministerio, cuyas cualidades espirituales y morales están en orden, pero ellos a su vez están presos en un orden ministerial que esta fuera del orden de Dios.

Esta operación del error es tan sutil, que solamente la revelación directa de Dios puede despertar al ministro para que entienda, y se libre. Desde el preciso momento en que el sistema político- religioso es tan común en el mundo, cualquiera da por hecho que este sistema de gobierno de hombre (donde el hombre se enseñorea sobre el hombre) es lo correcto y de orden. Pero a la hora de comprobarlo a la luz de la Palabra de Dios, este sistema queda reprobado.

NUESTRA EXPERIENCIA PERSONAL

El Señor dijo que, “lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto testificamos”. Cuando uno da razón de algo que no ha experimentado en su propia vida, la credibilidad es limitada. En cambio cuando da razón de algo que ha vivido, o que en el tiempo presente esta viviendo, su testimonio no fácilmente puede ser rechazado.

Esto no es algo que se puede entender completamente de un día para otro, sino que se lleva un proceso de tiempo durante el cual la mente viciada en el sistema erróneo, tiene que ser depurada para aceptar la verdad limpia de la Palabra. Al principio de este proceso tal parece como que el sistema de Dios no puede ser efectivo, pues el sistema humano a la vista parece como que es el que tiene la solución para los problemas de las rutinas ministeriales. Esa experiencia nosotros la vivimos al principio. Mas habiéndonos sostenido el Señor en la verdad que nos había revelado, ahora testificamos que a tal grado trabaja el sistema de Dios, que es algo maravilloso ministrar bajo ese orden.

A muchos consta lo que yo por mi parte fui antes en otros tiempos de mi historia. Habiendo vivido intensamente, por muchos años, dentro del orden ministerial de la pirámide donde hay “grandes y chicos”, “superiores y subalternos, “los de arriba y los de abajo”, sé perfectamente cual es la tremenda diferencia entre el sistema de Dios, y el sistema humano, en el ministerio.

Lo dicho no lo estoy reduciendo solamente a las organizaciones particulares a las cuales pertenecí. Hacer tal cosa reduciría mi mensaje a una insignificancia, ya que la operación del error es universal abarca todas las organizaciones políticas llamadas cristianas, principiando con la Madre, que la organización Católica Romana.

Lo dicho no es “lucha contra sangre y carne”, ni por esto o aquel otro grupito en lo particular. ¡No! La batalla que por mi parte sé que el Señor me ha llamado a pelear, es contra “el dios de este siglo”. Pues es Satanás el que ha turbado las mentes de los ministros de Dios por el transcurso ya de muchos siglos, cegándolos para que no puedan ver el engaño, y el error del sistema ministerial y de gobierno religioso que practican.

Sé muy bien que no es verdad que el hombre, con el sistema de autoridad humana, puede controlar al hombre. El control ministerial de jerarquías eclesiásticas que exhiben ante el mundo las diferentes organizaciones político-cristianas (repito, empezando por Roma), son solamente una apariencia. Atrás de esa apariencia engañosa, que encandila ciertamente a las multitudes de las ovejas incautas, está aquella “sabiduría” de la que nos habla Santiago Apóstol que es, “terrena, animal, diabólica” (Sant. 3:14-16).

Vestido, entonces, con “apariencia de piedad”, está allí invariablemente el fruto lógico de esa “sabiduría”, y reina en esos ambiente “la envidia amarga y contención en los corazones”. El pueblo, que mira de lejos, no se da cuenta en su gran mayoría de lo que se mueve entre esa clase de orden ministerial. Muchos inocentes cristianos miran hacia ese ministerio con un reconocimiento divinal, sin imaginarse que la realidad es algo completamente diferente.

En el sistema ministerial del error, entre más alto es elevado el hombre por los puestos, los escalafones y los rangos, fueren estos electivos o por nombramiento “del superior”, más tiene que envolverse en la operación de “la sabiduría diabólica”. Esto a su vez, entre más se preste el vaso a las manipulaciones de esa política, más se satura él mismo del espíritu sucio que en ese sistema prevalece.

Para estas fechas, por mi parte, al estar relacionado, directa o indirectamente, con cerca de 100 organizaciones cristianas del Nombre de diferentes partes del mundo, puedo fácilmente ver la marcada diferencia entre los que están despiertos a las verdades del sistema de Dios, y los que no lo están. Los primeros, por cierto, son una minoría ínfima, y los últimos son la gran mayoría.

COMO TRABAJAMOS HOY

Por mi parte, una de las ventajas del orden ministerial en el sistema de Dios que me a hecho muy feliz, es que ahora yo no soy “jefe” de nadie, ni estoy tampoco obligado bajo ordenes de algún “jerarca” eclesiástico, y lo mismo puede decir cada uno de mis compañeros que sienten lo mismo en diferentes lugares del mundo. El sentir así no quiere decir que no tenemos ligaduras de compañerismo, antes por lo contrario. Desde el preciso momento en que las ligaduras son por amor, no por fuerza, ni por leyes, ni por ningún otro factor humano, son reales, sublimes y maravillosas.

Seguro que hay “prietitos en el arroz”, y aun más. Pero de eso, como también de todos los demás problemas y contrariedades, se encarga el Señor. Pues él es en realidad el Juez. En los sistemas religiosos políticos los hombres juzgan a los hombres, y son muchas las veces en que está peor el juez que el reo. El orden en el sistema divino dice que, “los que bien ministraren, ganan para si buen grado, y mucha confianza en la fe que es en Cristo Jesús” (1 Tim. 3:13), y en el caso eso es todo lo que creemos y hacemos.

Por lo contrario, los que no ministran bien no ganan buen grado ni poca confianza, menos mucha. Alguno preguntará: ¿Y quien controla la actitud tanto de unos como de otros? A ello respondemos con mucha satisfacción: ¡El Señor! Desde el momento en que vivimos en un ambienten el cual no controlamos los hombres, dejamos el lugar para que controle Dios. Y él lo hace; por años lo hemos probado.

Inclusive no tenemos que preocuparnos por señalarle a cada ministro su lugar. El Dueño del cuerpo sabe como poner cada miembro en su lugar. Y no hay fricción ni pleito, pues el que es verdadero miembro toma su lugar con gusto, y honra a los demás miembros.

Los hombres que entre nuestros medios dan razón de que el Señor los está llamando para el ministerio, los encomendamos en las manos del Señor confiando de que el testimonio, fuere ahora positivo, o negativo, lo va a dar Dios en la vida de cada vaso. Si alguien reclama que ha recibido de Dios, todo lo que los demás tenemos que hacer es aceptar sus palabras, brindarle la oportunidad para que ponga por obra su sentir, y el paso del tiempo, Dios, invariablemente va a justificar, o reprobar a cada uno.

Lo dicho aplica a todos los aspectos de ministerio cristiano, incluyendo el pastorado. San Pablo, al hablar en Mileto con los pastores de las congregaciones en Efeso, dice: “Por tanto mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por pastores, para apacentar la Iglesia del Señor, la cual ganó con su sangre” (Hech. 20:26-30). Y así continúa advirtiendo el peligro, y luego encomendando a sus hermanos, “a Dios, y a la Palabra de su gracia.”

martes, 11 de mayo de 2010

Buscar a Dios sin pretextos.


Es tiempo de dejar ese pretextito de que la Biblia no se lee como cualquier libro y ya por eso no la leemos, si no buscamos la Biblia leer, es por que en verdad nos da flojera y estamos desperdiciando las bendiciones y las revelaciones de la Palabra y dejamos que el tiempo y el alimento se nos vallan como agua. Recuerda que la Palabra es el alimento que debemos buscar con intensidad y dejar de desperdiciar tiempo en cosas pasajeras, por que vendrán tiempos en los que no tendremos la Palabra y entonces vamos a sufrir, y nos amontonaremos para buscar ahora si la Palabra, pero lo lamentable es que se nos puede olvidar y valernos y seguir nada mas jugando y hacernos los tontos, con Dios no debemos jugar, por que nos puede costar la Vida material y espiritual, esto también va para MI. Tomalo como un consejo y no como una ofensa hermano. Dios te Bendiga.

martes, 4 de mayo de 2010

Soldados del Señor Jesucristo


Soldados del Señor Jesucristo

Por: Pastor E. Valverde Sr.

“Tú, pues, sufre trabajos como fiel soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se embaraza en los negocios de la vida, a fin de agradara Aquel que lo tomó por soldado" (2 Tim. 2:3-4).

Cualquier cristiano despierto está consciente de que los integrantes de la Iglesia verdadera del Señor, estamos en guerra. (Y digo "verdadera", porque está también la falsa). Naturalmente que la "guerra" a que me refiero, es la guerra espiritual que ha existido siempre entre "los (fieles) hijos de Dios, y los hijos del diablo" (1 Juan 3:10). Mas esta guerra, como es de esperarse, desde el preciso momento en que está llegando a su fin, ha arreciado por la sencilla pero tremenda razón de que nuestro mortal enemigo, "el diablo, ha descendido a vosotros, teniendo grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo" (Apoc. 12:12).
Hace ya más de 20 siglos que el apóstol Pablo dirigió a su hijo en la fe, Timoteo, la exhortación siglo de mi caminar en el Señor mucho es lo que he oído decir sobre este texto. Y al igual que como comúnmente se hace entre el cristianismo de apariencia con otras muchas Escrituras, ésta también se ha tomado liviana y superficialmente. Pues inclusive se ha aplicado por lo regular únicamente a aquellos ministros que están dedicando tiempo completo al ministerio. (Por cierto que muchos de estos ministros, me consta, son solamente vividores, que de soldados del Señor no tienen nada en realidad). Tal interpretación es incorrecta. Pues la realidad es que cada uno de los verdaderos hijos de Dios, hombre o mujer, joven o mayor, miembro o ministro en la Iglesia, está llamado por el Señor para ser un soldado de Su ejército. En este ejército, por determinación soberana del "Pastor y Obispo de nuestras almas" (1 Ped. 2:25), absolutamente nadie tiene el mismo lugar. Cada uno hemos sido llamados individualmente, y a cada uno le ha sido asignado por el mismo Señor su propia responsabilidad. Por tanto, es imperativo que cada soldado esté ocupando en este ejército espiritual el lugar que nuestro Supremo Comandante le ha asignado. "Porque de la manera que el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, empero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un cuerpo, así también Cristo” (1 Cor. 12:12). Cuando fuimos llamados, cada uno invariablemente tuvo que haber escuchado (aun entre una misma familia) el llamamiento individual del Señor:

"Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame” (Luc. 9:23). Son muy pocos, entre los que reclaman ser miembros de la Iglesia del Señor y por lo consiguiente soldados de Su ejército, los que están viviendo hoy en verdad esta específica condición. Pues el decirla o
predicarla, es fácil. Mas el vivirla en verdad, es humanamente muy dificultoso. Pero si somos realmente hijos de Dios, somos automáticamente soldados de Su ejército, y la condición aludida aplica en forma literal a cada uno de nosotros. “Y ninguno que milita se embaraza en los negocios de la vida, a fin de agradar a Aquel quien lo tomó por soldado”.

El soldado, no importando tiempo, lugar, condición o posición, no vive para servirse o agradarse a sí mismo, sino a Aquel quien lo tomó por soldado. Seguro que tiene que vivir su vida natural y usar de las cosas materiales necesarias aquí, pero no debe poner su corazón en éstas. Su "primer amor” (Apoc. 2:4) debe ser siempre, y en todo y por todo, Aquel quien lo tomó por soldado, para obedecerle incondicionalmente. De no ser así, está perdiendo miserablemente su tiempo. Y al no reconocer esto aquí, le espera al final una decepción muy desagradable. Pues Aquel quien lo ha dicho, lo ha dicho en serio. Los muchos que crean que pueden jugar con Dios y no toman hoy esta condición en serio, están jugando con lumbre. Mas gracias al Señor por esa "manada pequeña” (Luc. 12:32). Gracias a Dios por los 300 soldados fieles de Gedeón (Jue. 7:6). Pues ciertamente los verdaderos soldados del ejército del Señor no son una grande multitud, son poquitos. Y mi corazón se ha regocijado siempre al conocer a algunos de ellos, cerca y lejos, y mirarlos pelear "la buena batalla”, como sabe el Señor que por mi parte también lo he hecho ya por una vida (2 Tim. 4:7). No la batalla de ese simple “dichito”, como por lo regular se usa entre los "santos (soldados) vencidos” (Apoc. 13:7), sino la guerra de vida o muerte que, en estos días que son los últimos, hemos sido llamados por nuestro Dios a pelear contra la "grande ira” del diablo. Pues hablando de los soldados de Su ejército el Señor Jesús dijo: "...y sobre esta Piedra (refiriéndose a El mismo) edificaré Mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mat. 16:18). En muchas ocasiones anteriores ya he explicado que lo que el Señor aquí declara es que Su Iglesia-Su ejército espiritual en la Tierra tendría de atacar en tal forma las puertas del infierno al grado que éstas no podrían resistir los ataques de ella. "Las puertas", sabemos, no pueden atacar a nadie; la parte que desempeñan es el no dejar entrar o salir a nadie de cierto encierro. Ante nuestra vista están hoy las inmensas multitudes de miserables, encerrados en las infernales prisiones de la depravación sexual, del alcohol, de las drogas, de la violencia, y de todos los demás tipos de operaciones de demonios. "Las puertas del infierno" los tienen allí prisioneros, y no pueden salir. Los soldados del "Ejército del Dios Viviente", Su Iglesia, somos los únicos que tenemos las armas, las facultades y los poderes espirituales para pelear contra el infierno, y libertar a aquellos que claman por ser rescatados. Pero lo más desesperante es mirar que entre esas multitudes de prisioneros se encuentran hoy un gran número de los miembros de nuestras propias familias. Inclusive entre estos prisioneros del diablo se encuentran muchos profesantes cristianos, y entre estos aun muchos que se llaman ministros de Dios y enseñadores de Su Palabra. Pues las prisiones aludidas son tanto las de tipo moral, como las de tipo espiritual. Y el vivir llenos de soberbia, y enseñando "doctrinas de demonios" (1 Tim. 4:1), es por cierto una de las puertas del infierno más difíciles de quebrar. Pues éstas, "teniendo apariencia de piedad" (2 Tim.3:5), hacen creer que están libres no nomás a los miserables que están allí presos, mas aun a los que siendo llamados para ser soldados pero que están dormidos. El apóstol Pablo por el Espíritu Santo, nos señala con toda claridad que "no tenemos lucha contra carne ni sangre". Nos da razón a la vez de la existencia y operación de nuestro mortal enemigo. Pero inclusive nos describe con todo detalle por otra parte en que consiste "la armadura de Dios" (Efe. 6:18). Los que hemos sido llamados para ser en estos días difíciles soldados del Ejército del Dios Viviente, tenemos invariablemente que haber aceptado en primer lugar, y en una forma incondicional, el reto del Señor para negarnos a nosotros mismos. Tenemos también invariablemente que estar vestidos "de todo la armadura de Dios" para poder quebrar las puertas del infierno, y cumplir aquí con nuestra sagrada misión. De no ser así, repito, estaríamos perdiendo miserablemente el tiempo en la misma manera como lo están haciendo hoy a nuestro derredor un grande número de profesantes cristianos. Cristianos y ministros quienes viven solamente "jugando a las iglesitas". El diablo sabe quienes son los que nomás aparentan y a estos no les tiene miedo. A muchos de ellos, aun presos, los aflige. En cambio a otros los deja "ser prosperados y bendecidos" con tal de que sigan presos, y aun le ayuden para aprisionar a otros más. Y esto más particularmente a los que pueden ser usados por Satanás haciendo pirámides, adorando así "la imagen de la bestia", y marcando con la marca del odio cristianos incautos que se dejaren engañar. Satanás conoce también quienes son los soldados verdaderos que pueden hacerle guerra y derrotarlo, quitándole sus cautivos. A estos me consta que el diablo les tiene miedo. En 1972 mi Dios puso a Satanás bajo mis pies y me lo entregó para que me dijera que él le "tiene miedo a un hombre que tiene amor y hace justicia". (Esto concuerda exactamente con lo que la Escritura dice en 1 Juan 3:10). A estos fieles hijos de Dios el diablo los odia con toda su furia, y está hoy atacándolos con todas las armas infernales a su alcance así como lo ha hecho ya por una vida también conmigo. Mas esto es precisamente una confirmación de que la mano de Dios está con nosotros, y de que hemos estado quebrando las puertas del infierno.
Los fieles y obedientes soldados de Jesucristo el Señor, que esto leyeren, por el Espíritu Santo van a sentir una vez más el testimonio de que lo escrito aquí es de parte de nuestro Dios. Pues estos, mis hermanos y compañeros en esta milicia, han entendido que el tiempo se nos está acabando. Que es imperativo y nos "conviene obrar las obras (del que nos llamó), entre tanto que el día dura. La noche viene cuando nadie puede obrar" (Juan 9:4). Ya lo digo antes: hombres y mujeres, jóvenes y mayores, como verdaderos cristianos debemos estar dispuestos a sufrir trabajos como fieles soldados de Jesucristo el Señor.
Nuestro amor, fuerzas, tiempo, dinero, posesiones, nuestras mismas familias y aun nuestra misma vida, debemos de estar dispuestos a ponerlas incondicionalmente al servicio del Señor. Pues todo esto implica el negarnos a nosotros mismos. El soldado, recordemos, vive para obedecer las órdenes que se le dieren de parte del ejército a que pertenece. Y en nuestro caso el que nos ordena por Su Palabra es el Todopoderoso Dios, y el desobedecerlo acarrea consecuencias fatales eternas. Compañero soldado, piensa seriamente en lo aquí dicho. Si eres de los que están hoy peleando "legitimamente", doy muchas gracias a nuestro Señor Jesucristo por tu compañerismo, y mi oración ante El es que te ayude para que perseveres hasta el fin y seas también "coronado" (2 Tim. 2:5). Si tu parte fuere la contraria, te invito para que razones, y así, mientras transitamos aquí en el camino, unas en comunión tus manos con tus compañeros. Tu sabes que la guerra contra el infierno está fuerte, y que "el Pastor y Obispo de nuestras almas" nos ha ordenado a sus soldados que nos amemos unos a otros (Juan 13:34).
Ciertamente que son muchos los soldados de este ejército que creen que este mandamiento no es de mayor importancia. Muchos son ya los que han sido vencidos por el enemigo, precisamente por esta razón. Otros muchos están hoy expuestos al mismo peligro por la misma razón. Pues la suprema realidad es que la Iglesia del Señor-Su ejército Espiritual-es solamente Una, así como El también es Uno. No una organización político-religiosa, como multitudes han creído ya por muchos siglos y hasta este día. Se trata en cambio del conjunto universal de todos los que amamos a Jesucristo nuestro Salvador y Dios con todas las fuerzas de nuestro ser. (1 Cor. 16:22). De los que a pesar de todas las diferencias que hubiere bendice ante Dios a su hermano, y no lo maldice. (Rom. 12:14).